martes, 7 de septiembre de 2010

Las fases del género (axiomático) de la ciencia ficción: primera fase

Para Asimov, Somnium (1623), de Johannes Kepler, es la primera novela de ciencia ficción; para otros, será Micromegas (1752), de Voltaire, o Relatos verídicos (s. II), de Luciano de Samósta. Aun concediendo que puedan ser ciencia ficción, no creo que se pueda decir que tal o cual obra inaugura tal o cual género. Pero es que también sería mucho decir que Luciano o Voltaire, sólo por poner extraterrestres, hayan escrito ciencia ficción (otra cosa es la influencia efectiva que tengan después en el desarrollo del género, cuando éste ya está en marcha); o que el viaje onírico de Duracotus en Somnium sea como el de David Bowman en 2001. Es decir, ¿cuándo se puede decir que una obra, a partir de sus axiomas, es de ciencia ficción? No sirve rescatar la muy discutible «ley de máximos semánticos», ante todo (por no hablar del enfrentamiento verdadero/ficticio sobre la que se asienta) porque la categorización como verdadero (tipo I) ficcional-verosímil (tipo II) o ficcional-inverosímil (tipo III) recae demasiado en el público individualizado, en la verosimilitud (para Iker Jiménez, ¿en qué tipo entraría un relato sobre abducciones extraterrestres?), haciendo sumamente subjetiva la clasificación en géneros. Tampoco aplicaré un criterio cuantitativo, como si una obra con un 51% de axiomas catalogables como ciencia ficción perteneciera más al género que otra obra con sólo un 10%. Más bien, habrá que observar los teoremas (por metáfora: los teoremas se derivan de los axiomas): en el caso de 2001, ¿qué es del conjunto si quitamos el viaje a Júpiter?, y si los personajes de Micromegas no vinieran del espacio, ¿qué se perdería? En la serie de James Bond encontramos buenos ejemplos: en Muere otro día, sobre el axioma de la tecnología futurista del MI6, Q le da a Bond un coche que, entre otras cosas, puede hacerse invisible... y no sirve más que para engañar a Zao (5:12 a 5:52), ¿qué cambia en la historia sin el coche invisible (aparte de la forma de matar a Zao)?... ¿y qué es de La guerra de las salamandras sin las salamandras? Como los géneros axiomáticos no son excluyentes, encontraremos elementos, que, como el coche de ciencia ficción de 007, no tendrán suficiente potencia como para arrastrar al conjunto al género en el que se incluyen; otros, en cambio, si lo harán (por su importancia determinante en la historia).


Las ciencias proceden de las técnicas, y al regresar al ámbito de las técnicas dan lugar a las tecnologías. Es en este sentido, y no en el sentido antropológico del término (como cuando se habla de la «tecnología lítica achelense», por ejemplo), como hay que entender la tecnología como parte del núcleo del género de la ciencia ficción.
Tampoco, en un primer momento, habrá diégesis científicas de cualquier ciencia: unas por no haber aparecido, y otras por razones ideológicas. Históricamente, antes de nuestra era, las primeras ciencias con cierres categoriales serán la Lógica, las Matemáticas, la Geometría y el Derecho; la Física, aunque no delimite su campo todavía, también está bastante desarrollada (Tales de Mileto, Arquímedes,...), así como las técnicas que darán lugar a la Química y a la Biología. Será a partir de la Edad Moderna y sobre todo durante la Edad Contemporánea, cuando empiecen a ir cerrando sus campos: Copérnico, Galileo y Newton son considerados los padres de la Física; Lavoisier y Mendeléiev, de la Química; y Linneo, Darwin y Mendel de la Biología.
En las relaciones de las ciencias con la cultura, encontramos que las ciencias que se cerraron antes de nuestra era (antes del Cristianismo) han sido aceptadas y utilizadas sin ningún problema. El problema de estas nuevas ciencias es que sus conclusiones se enfrentan a los dogmas de la Iglesia; Galileo y Darwin son dos claros ejemplos de este conflicto, y de cómo había cambiado el mundo en doscientos años: Galileo tiene que retractarse por burlarse de un sistema apoyado en Aristóteles y alguna referencia bíblica (Josué, 10:12 y 13)... «eppur si muove», tuvo que murmurar; Darwin, sin embargo, hace imposible la Creación del Génesis y sólo levanta burlas, presiones y da lugar a debates.
Será, entonces, a finales del s. XVIII donde pondré el inicio de la primera fase de la ciencia ficción; cuando las ideas ilustradas del racionalismo y el anticlericalismo, la preeminencia de las ciencias sobre la religión, hayan calado suficientemente en la cultura. Esta primera fase llegará hasta pasada la primera mitad del s. XIX, con la revolución tecnológica (o segunda revolución industrial).
Durante este periodo, tanto la Física como la Química se verán ampliamente desarrolladas (en Química: identificación de elementos, análisis y síntesis de compuestos,...; en Física es el momento de los estudios sobre la electricidad y el magnetismo -emic: electromagnetismo desde Maxwell (1861)-, con Volta, Faraday, Ampère, Ohm, Ørsted,...; por otro lado, la arqueología se nutre de las excavaciones de Herculano y Pompeya, de la apertura de museos como el Británico (1753) o el Louvre (1794), de sus crecientes colecciones (expolios) egipcias, asirias, romanas y griegas, del descubrimiento de civilizaciones perdidas (los mayas), los jeroglíficos egipcios son descifrados,...). La tecnología se desarrolla rápidamente: aparece la pila eléctrica, el submarino (el primero que construye Fulton, en 1800, lo llama Nautilus), el barco a vapor, la locomotora, Gay-Lussac alcanza una altura de 7000 m en globo, se iluminan las calles de Londres con luz de gas, se inventa el daguerrotipo, las cerillas, el telégrafo, los fertilizantes artificiales, la electrólisis,... Son todo aplicaciones llamativas, vistosas, que atraerán la fascinación de la gente tanto por sus efectos como por sus causas (racionales, no mágicas: todo obra del «intelecto humano»); favorecerán también que, ideológicamente, se dote a estas ciencias de un trato especial: el cientificismo las situará por encima de las demás. Y es a raíz de esta fascinación y de este estatus privilegiado de donde se empezará a escindir la ciencia ficción de la fantasía; es por esto que las primeras diégesis no se hacen, por ejemplo, de las Matemáticas o del Derecho sino de la Física y de la Química, lo que determinará la evolución del género; también la arqueología y la Historia, a pesar de no ser ciencias cientificistas será una fuente de diégesis, por la fascinación que producen las reliquias más que por sus aplicaciones, que resultarán diegéticas al considerar una arqueología del presente (que, obviamente, sólo se podrá hacer desde el futuro); también habrá diégesis al inventar civilizaciones perdidas.
La fantasía también está cambiando, incorporando (gracias al localismo romántico) otras mitologías aparte de la grecorromana, como la nórdica o la celta, lo que dará lugar a una nueva fase en este género. Las obras mencionadas de Luciano, Kepler o Voltaire pertenecen al género fantástico, cuando la ciencia ficción es, todavía, un subgénero suyo (recurrirán a la mentira del relato o al viaje onírico para explicar los elementos de ciencia ficción); también pertenece al género fantástico La conversación de Eiros y Charmion (1839) de E.A. Poe : a pesar de que sea un cometa (como el cometa Halley, que pasó en 1835) el responsable del apocalípsis, de la descripción de la composición del aire (69% de nitrógeno y 21% de oxígeno) y de las propiedades de estos elementos, la conversación se lleva a cabo después de muerta la humanidad; son estos muertos dialogantes los que anclan todavía el relato en el género fantástico, a un solo paso de la escisión. Algo parecido ocurre con El último hombre (1826), de Mary Shelley, ambientada a finales del s. XXI, mientras que Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), de la misma autora, a pesar de ser anterior a La conversación... y El último hombre, ya puede considerarse una obra de ciencia ficción. Independientemente de si la criatura es una actualización, bajo el prisma científico, del golem (sólo se sustenta en similitudes superficiales) o de ciertas versiones del mito de Prometeo según las cuales creó a la humanidad a partir de arcilla (no es la versión de Esquilo, que es la que usa Percy B. Shelley para componer Prometheus Unbound (1819), tampoco es el Prometeo padre de la humanidad el que muestra Lord Byron en Prometheus (1816); ambos, influencia directa sobre Mary Shelley y Frankenstein), el hecho es que la criatura es ensamblada quirúrgicamente (lo que también determina su tamaño) y devuelta a la vida mediante, entre otros medios científicos, el galvanismo.
No sólo será el galvanismo la única teoría científica obsoleta hoy en día que se utilizará en esta fase del género. Basado en el interés científico en el magnetismo, encontramos el mesmerismo (el galvanismo habla de electricidad animal, el mesmerismo de magnetismo animal). Ejemplos de obras basadas en el mesmerismo son El magnetizador (1814), de E.T.A. Hoffmann y, de E. A. Poe, Revelación mesmérica (1844) y La verdad sobre el caso del señor Valdemar (1845). Parece ser que Poe no estaba tan interesado en el mesmerismo por formación científica como por las posibilidades literarias que ofrecía (diégesis potenciales, diríamos); en Londres se llegó a tomar La verdad sobre el caso del señor Valdemar como un informe científico. Si no fuera por las dudas que, ya a finales del s. XVIII, albergaba la cientificidad del mesmerismo (una Comisión Real en 1784, en la que figuraban, entre otros, Lavoisier y Franklin, no encontró evidencia del flujo magnético sobre las curas que se producían; más tarde habría otra en 1825 sin, tampoco, resultados concluyentes), lo que no ocurría con el galvanismo, cabría enmarcar el relato de Poe en la segunda fase, pero hay que considerarlo, más bien, como una obra de transición.



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