jueves, 26 de junio de 2008

¿Dónde está la mano invisible, Adam Smith?


Parafraseando a Goebbels: la culpa de los males del Estado la tienen los funcionarios y los ciclistas. Pero mientras desayunan o hacen sudokus, los borradores de Hacienda salen bien. El fondo de la mayoría de las críticas al funcionario: en el mito, Dafne se convierte en un arbol; tras las oposiciones, el funcionario también.
Liberalizamos el Estado, lo privatizamos, lo externalizamos. Pronto viviremos en una empresa privada, no 35 ni 40 ni 65 horas: 168. Seremos los CEOs y los peones... seremos como los funcionarios a los que no se puede despedir (¿seremos todos árboles?).
Los conspiranoicos se frotan las manos: el Congreso aprobó el Tratado de Lisboa horas antes de la semifinal de la Eurocopa. En realidad da igual, se podía haber aprobado cualquier otro día; se podría haber convocado un referéndum de esos que vota un 30%.

sábado, 21 de junio de 2008

Respiro: una reflexión sobre la responsabilidad diluida, la monstruosidad tecnológica y la autodestrucción asegurada

Es curioso observar, cuando uno se toma un respiro, en qué dinámica absurda nos encontramos. Inspiro hondo y, mientras tanto, intento transformar lo que de forma tan evidente se manifiesta ante los ojos tranquilos en conceptos, palabras y retórica: a ver, ¿por dónde empezar? Lo fácil sería insultar y dar con el puño encima de la mesa... Imaginemos que nos encontramos de pronto andando por la calle hacia el sentido opuesto al que queríamos ir: ¿cómo llamaríamos a lo que nos acaba de pasar? ¿Despiste? Y si resultase que ese sentido fuera en el que acostumbramos a ir durante los últimos días ¿hábito?¿costumbre?¿inercia? Y si nos encontrásemos de pronto con un puñal sangriento en la mano y un cadáver ensangrentado en el suelo. ¿Cómo lo llamaríamos entonces?¿Enajenación transitoria?

Yo mato a alguien cada día. No lo mato personalmente: lo condeno a muerte. Y no sólo mato a alguien sino que destruyo varios ejemplares de especies en peligro de extinción. Y no sólo destruyo ejemplares de especies en peligro de extinción sino que hago más infelices a mis semejantes. Acabo de despertar y tengo el puñal en la mano. Necesito que alguien venga y me alivie: "No pudiste hacer otra cosa, él te hubiera matado." "Así es el mercado." "La empresa, evidentemente, busca el beneficio." "No todo el mundo hace igual su trabajo, unos lo hacen bien y otros lo hacen muy bien." "No somos hermanitas de la caridad." "Es lo que hay." "No puedes luchar contra lo que hay." Siempre te parecieron excusas. Un día simulas que te lo crees, porque tienes que encontrar un hueco donde sobrevivir en este monstruo social, porque tienes que conseguir una paga. Entonces conoces a un hombre que no es una mala persona pero al que su jefe, pasado un tiempo, le dice "Dale al nuevo un latigazo. Dale un latigazo o me veré obligado a dártelo yo a ti. Ya sabes que no me gusta pero es lo que hay: si no lo haces y no te lo doy, me lo darán a mi." El hombre te enseñará su espalda marcada y encogiendo los hombros en un gesto de resignación descargará el látigo sobre tu espalda virgen. ¡Entonces la furia! La furia y la búsqueda del responsable. La búsqueda pasa del buen hombre a su superior, y de él hasta el jefe del jefe de su jefe para encontrarse con un hombre que asegura que la regla del látigo ya estaba ahí cuando él llegó y que a él también se la aplican cuando no cumple. ¿Quién se la aplica? Una entidad anónima, que se manifiesta como la junta de accionistas: y ninguno de ellos recuerda ya cuándo apareció la regla, pero también a ellos se la aplican, ¿quiénes? Unos a otros, sus caseros, sus bancos, sus cónyuges, sus padres... y nadie recuerda ya quién la creó. La regla del látigo es la regla del capital. Se despiden trabajadores. ¿Responsable? El mercado. No se aumentan los sueldos: el mercado. Te echo de casa aunque pagues porque otro me paga mas: el mercado. Dejas a tu tendero por ir a una gran superficie porque trabajas hasta tarde: el mercado. Nadie es malo, nadie actua de mala fé, todo el mundo actua por el interés como gusanos rastreros, como putas, como enajenados por el mercado.

Y así es como el primer mundo, no contento con esclavizar al resto del mundo, se esclaviza a sí mismo y se empobrece. Es el triunfo de la herramienta: el violinista tocado por su violín, el hombre esclavo del dinero, el hombre esclavo de la tecnología. Así hemos inventado la idea de progreso, y le hemos asociado un valor moral: progreso hacia algo mejor. Tal valor le hemos dado que se ha convertido en un valor moral en sí, de forma que el progreso por el progreso se ha instaurado en nuestra cultura social. Nada es válido si no cambia, si no avanza. Ya no valen las cucharas: hay que crear algo nuevo, innovar. Ante nuestros ojos, mis queridos compañeros, se nos muestra la forma en la que la herramienta pierde su función facilitadora, su propósito de acercar al hombre, si no a su felicidad, al menos a la ausencia de sufrimiento, y se convierte en un propósito más causante de tortura innecesaria. Ante nuestros ojos , mis queridos compañeros, se nos muestra la forma del capital, que necesita del consumo por el consumo, del intercambio por el intercambio y del flujo ininterrumpido para su perpetuación.

Expiro. Así es, en mi visión estática entre inspiración y expiración, como veo lo que hay, el paroxismo autodestructivo de un continuo discurrir absurdo. El mutual assured destruction de la guerra fría se plantea ya no como amenaza sino como el contexto habitual tras las cortinas que nos negamos a apartar.