sábado, 26 de febrero de 2011

En torno al otro

A "el Otro" y "los Otros" se les presupone un significado de sobra conocido; ¿habría que discutir cada palabra que pronunciamos? Pero es que, ni mucho menos, ni "el Otro" y "los Otros" tienen un significado claro. Por tres motivos: en la definición implícita que se deduce de un texto suele suceder que abarca más (o menos) de lo que pretende; que se contradice con otras definiciones que aparecen a lo largo del mismo texto; o que al compararse con otras definiciones de otros textos, tampoco aguanta(n).

Entre las definiciones implícitas (y explícitas) que nos encontramos, el Otro puede ser cualquiera que se encuentre más allá de mi corporeidad, de mi esfera cultural o, incluso, un desconocido que se aloja en mi interior. Si el Otro se opone al Yo, los Otros se opondrán al Nosotros.
Pero para definir el Nosotros tenemos que echar mano del Otro que se halla más allá de mi corporeidad. Y para definir el Yo tenemos que echar mano del Otro que hay en mí. A esta contradicción se puede responder aceptándola tal cual (cayendo en el fideísmo: es así, todo el mundo lo ve) o postulando dos momentos:
1. Momento lítico: la descomposición del Yo en (el Otro, a, b, c,..., n); la descomposición del Nosotros en el Yo y un Otro ≥ 1.
2. Momento tético: la composición del Otro (interior) y (a, b, c,..., n) en el Yo; la composición del Yo y un subconjunto de Otro (fuera de mi corporeidad) ≥ 1 en el Nosotros.
Convirtiéndose el Yo en el término central (parte de mí ↔ Yo ↔ Nosotros). De hecho, partiendo de un Yo postulado podemos reformular el proceso:
1. Del Yo a partes del Yo en una operación lítica del Yo.
2. Del Yo al Nosotros en una operación tética de un Yo múltiple.
A este Yo se enfrentarán distintas formas del Otro en cada momento. Al definirse todo el conjunto respecto al Yo, la supuesta claridad de "el Otro" se nos aparece: el Yo corpóreo es indudable, y al Otro le pasará lo mismo al definirse como «el Otro es lo que no soy Yo».
Sin embargo, a este proceso le reprochamos la propia lógica del Nosotros y la oposición dualista de Yo/el Otro.
Sin el elemento Yo no hay un Nosotros, pero es insuficiente para formar por sí mismo un Nosotros. El Nosotros, entonces, implica una variable que primero discrimina entre el conjunto Otro (fuera de mi corporeidad) ≥ 1 y después acoge a los seleccionados. Al no estar definida, esta variable posibilita la aparición de diferentes Nosotros, relativizando a los Otros a los que se opone.
El Yo no se opone al Otro, sino al Tú y al Él. La segunda persona es tan indudable como la primera (te puedo hablar, escuchar, tocar); la tercera implica el mutuo reconocimiento de su existencia por las dos primeras, aunque no esté a lo que la proxémica define como distancia personal. El Otro quedará en una situación difícil frente a esta triada.

Partiremos de la triada personal (estrechamente relacionada con otras triadas deicíticas (aquí, ahí, allá; este, ese, aquel): sus etimologías muestran una profunda conexión entre ellas) y de la relatividad del Nosotros (Yo+{x/P(X)}); independientemente de cómo se forme el Nosotros (alianzas más o menos duraderas, parentesco, causas sociobiológicas, &c.), lo que nos interesa aquí es cómo se relaciona el Nosotros con los Otros.
De la etimología se deduce que el Otro es una especie de la tercera persona (PIE: "Él", *al-; "Otro", *al-tero); podríamos decir que comparten la distancia (en principio, se encontraría "allí") y la incomunicación (cuando hablo con la tercera persona, pasa a ser segunda persona).
La diferencia específica entre el Ellos y los Otros podría buscarse a partir de la relación entre el Nosotros y el Ellos. "En Cooperative Hunting Roles Among Thaï Chimpanzees" (Christophe Boesch, Human Nature, Vol. 13, No. 1, pp. 27–46. 2002), encontramos un sistema de caza muy parecido al que usaba el hombre de Cro-Magnon en el paleolítico, y que puede mostrar la raíz de la conexión entre los deicíticos y las personas gramaticales. Para cazar a los colobos, los chimpancés toman tres papeles: driver, blocker y chaser. El conductor (driver) se pone detrás del grupo de los colobos y los persigue en una dirección, los bloqueadores (blockers) mantienen juntos a los colobos y evitan que se escapen por los lados, y el perseguidor (chaser) los caza. Esta distribución cooperativa trimembre mantiene semejanzas también con el pastoreo (sería una evolución de la caza). El Nosotros serán los chimpancés, repartidos en sus roles (Yo, Tú, Él), y Ellos serán los colobos (para los colobos, Ellos son los chimpancés, claro). ¿Y los Otros? Habría que buscarlos en, por lo menos, parte del resto de los animales del biotopo: podrían ser todos los demás animales que no participan en la cacería, recortados del grupo de colobos perseguido (incluso, podría ser otro grupo de colobos, otro grupo de chimpancés). Pero que el Nosotros no tome en cuenta a los Otros, no quiere decir que los Otros no puedan entrometerse: el otro grupo de colobos huirá, por empatía con el grupo de colobos perseguido; el otro grupo de chimpancés o un leopardo pueden decidir atacar a los cazadores. Pero entonces, esos Otros pasarán a ser Ellos.
En resumen: en principio, el Otro no entra entre las variables de los planes del Yo; lo que no excluye que el Otro pueda acabar entrando en acción. Una externalidad de la acción del Yo puede empujar al Otro a interferir en mis actos; también, una externalidad de una acción de Otro puede afectarme (la sensación será de no saber de dónde viene), y probablemente empiece a buscar acciones en respuesta. Cuando el Otro empiece a ser tenido en cuenta en las acciones del Yo, pasará a ser un Él.
De este modo, la expresión «para el Otro, el Otro soy Yo» no tiene sentido: ese Otro, por definición, una vez que yo le preste atención pasará a ser un Él y, además, aunque yo no lo tenga en cuenta, eso no excluye que el Otro sí me pueda estar teniendo en cuenta.
El Otro ( y los Otros) como posible jugador inesperado evolucionará:
a) De aplicarse a juegos entre personas (singular y plural); su carácter le imprime el aura numinosa que suele rodear al Otro.
b) A la vez, el destierro y la adopción de individuos del grupo harán que el Otro adquiera un carácter de diferenciación (dis-ferre): uno de Nosotros se vuelve un Otro, o un Otro se vuelve un Nosotros (como en la figura del niño celestial).
c) Más tarde, se aplicará al Yo. En principio, por metáfora: no hay juegos unipersonales, pero la divergencia política y la contingencia y arbitrariedad de las normas se aparecen ante el individuo, dotándolo de múltiples vías de acción: la metáfora consiste en que estas vías de acción se dan en el individuo como si fueran jugadores... «el Otro en mí» será como el jugador inesperado. Más adelante, con el individuo flotante, «el Otro en mí» será más intenso.

Los Otros, en el mundo contemporáneo globalizado ya no serán los mismos que en la Era de los descubrimientos, antes de que todo fuera repartido en Estados. Ya no serán los bárbaros, o los indios que aparecían y desaparecían según pautas indescifrables o de los que solo se observaban huellas. Principalmente, es la época del «Otro en mí» del individuo flotante.
La convergencia cultural no borra todas las huellas de las culturas sobre las que se asienta; así, podemos ver a una mujer con vaqueros y hiyab, sin que nadie pueda decir que ha traicionado a su cultura, o que es un simulacro de nuestra cultura. Todas las culturas (en sentido antropológico) son resultado de la confluencia de culturas anteriores, y están sujetas a la evolución a través de contactos con otras culturas presentes; aunque también unas se impondrán a otras (sea por la razón que sea: por motivos políticos -como la colonización-, científicos -la cultura dominante será más potente que la otra-, económicos, &c.). En todo caso, no será producto de una relación entre Nosotros y los Otros (no hay suficiente(s) contacto(s)), sino entre Nosotros, Vosotros, y Ellos.


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