sábado, 2 de octubre de 2010

Las fases del género (axiomático) de la ciencia ficción: segunda fase

Y es que no debe entenderse el paso de una fase a otra como un corte en el que sólo se mantiene el núcleo: como el cuerpo es acumulativo, será un caso parecido al proceso de especiación desde el punto de vista del gradualismo.
En La verdad sobre el caso del señor Valdemar, Poe demuestra tener conocimientos de mesmerismo, pero el muerto parlante («y ahora... ahora... estoy muerto») y, sobre todo, la descomposición del cuerpo del señor Valdemar a ojos vista (cuesta creer que alguien confunda esto con un informe científico, salvo mala fe) son todavía elementos fantásticos (es un relato de la segunda fase que al final nos devuelve a la primera).
La principal característica de esta segunda fase es el amplio conocimiento que presentan los autores en distintas ciencias; por ejemplo: es Hinton, que también escribía ciencia ficción, el que acuña el término «teseracto»; Konstantin Tsiolkovsky, pionero de la astronáutica y de la tecnología de cohetes (con aportes teóricos y la construcción de cohetes en la década de 1930) también escribió obras de ciencia ficción. El periodo histórico en el que esta fase domina el espectro de la ciencia ficción coincidirá con la Segunda Revolución Industrial (o Revolución Tecnológica) y la idea de Progreso (hasta que su condición de mito se haga más que evidente); es decir, entre la década de los sesenta del s. XIX y el periodo de Entreguerras.
Durante este periodo asistimos a un gran desarrollo científico y tecnológico. Mientras que la tecnología produce objetos cada vez más fascinantes, las ciencias van adquiriendo una complejidad creciente, hacia una inevitable especialización.
Como ejemplos tecnológicos, aparecen: la ametralladora, el torpedo, la dinamita, la máquina de escribir, el teléfono, la telegrafía sin cable, el fonógrafo, el cine, el automóvil, el zepelín, el avión, la pasterización, la aspirina, la penicilina o el nylon; se construye el Canal de Suez (1888), la primera planta hidroeléctrica (Edison, en 1882), el metro de las principales ciudades del mundo (Londres y Nueva York en 1863 y Estambul en 1876 son las primeras), los rascacielos (el Home Insurance Building de Chicago, de 42 m. de alto fue el primero, en 1885; el Manhattan Life Insurance, de 106 m., en 1894, fue el primero en pasar de 100 m.; el Edificio Telefónica de Madrid en 1929, de 89 m., fue el primer rascacielos de Europa; el Empire State Building, de 381 m., se construye en 1931), la Torre Eiffel de París (330 m., 1889) o las autopistas alemanas (autobahn).
Junto a las ciencias clásicas y las cientificistas se van desarrollando otras. Es el periodo del desarrollo de la Lingüística y la Psicología; en el caso de la primera, con la invención de la notación fonética de Alexander Melville Bell (1864), el Curso de Lingüística general de Saussure (1916), el Tractatus de Wittgenstein (1922) o las escuelas teóricas del Círculo de Viena (1922), el Círculo lingüístico de Praga (1928) o el Círculo lingüístico de Copenhague (1931), con Louis Hjelmslev. En Psicología, encontramos los experimentos de Pavlov sobre los reflejos condicionados (1890-1900) a través de Watson (fundará la Escuela Psicológica Conductista en 1913) y el psicoanálisis de Freud, que alcanzará gran prestigio social e influencia en el arte. Compte acuñó el término «Sociología» ya en 1838 (aunque todavía distaba de ser la ciencia positiva que él pretendía), durante este periodo se irán cerrando su campo y delimitando sus métodos, con Weber, Simmel o el socialismo. El socialismo de Marx y Engels, lo que éste último llamó «socialismo científico» (1880), tendrá una grandísima influencia sobre la Sociología, la Economía y la Historia (Marx es, junto a Keynes, uno de los economistas más destacados de este periodo, y junto a Smith, o Ricardo, uno de los considerados padres de las ciencias económicas; en Historia, sus ideas sobre la lucha de clases y el materialismo serán decisivas para su desarrollo teórico); su aplicación tecnológica la encontraremos en el movimiento sindical y en los partidos políticos socialistas y comunistas (Pablo Iglesias funda el PSOE en 1879 y la UGT en 1888; los partidos comunistas de Francia, Inglaterra y España se fundan en 1920-1921), cuyo hito es la Revolución de Octubre (1917) que trajo el nacimiento de la URSS (1922). El comunismo se concibe como un paso más en el progreso de la historia de la humanidad (Lenin definió el imperialismo desde un punto de vista progresista al decir que es «la fase superior del capitalismo», i.e., la fase previa al socialismo); en sentido opuesto encontramos la Geología (Wegener formula la teoría de la deriva continental en 1912), la Paleontología y la Historia: se descubre el Archaeopteryx (1861), el Pteranodon (1876), el Stegosaurus (1877), el Apatosaurus que se denominó Brontosaurus (1879), el Triceratops, o el Tyrannosaurus rex (1892), que fascinan tanto como la incógnita de su extinción; también los descubrimientos de las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira (1879), de la Mouthe (1897) o Trois Frères (1912), las venus paleolíticas de Brassempouy (1893), Willendorf (1908), Laussel (1909), o Lespugue (1922), la carrera por encontrar los restos homínidos más antiguos (el Hombre de Java (Homo erectus) en 1862, la calavera de Piltdown (emic) en 1908, o el Australopithecus en 1925); y el (re)descubrimiento y excavación de ciudades como Xunantunich (1894), Machu Picchu (entre 1880 y 1911), Eridu (1918), Ur (1926), Hattusas (1906), Troya (1870), Micenas (1876), Cnosos (1900) y gran parte del Valle de los Reyes (destacan la misteriosa KV55 y la tumba maldita de Tutankamón, que tanto alimentarán el género fantástico).
Pero serán las ciencias cientificistas las que experimenten las mayores "revoluciones". En Biología, aparte del ya mencionado Pavlov, encontramos a Ramón y Cajal y a Golgi (padres de la neurología); se dan los primeros pasos en Genética (término acuñado en 1905) tras el redescubrimiento de los trabajos de Mendel en 1900. Darwin, tras el escándalo del Origen de las especies (1859), publicará El origen del hombre (1871) donde se opondrá a las teorías más racistas de la época, y La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872), que puede considerarse pionero de la etología; las teorías de Darwin, sin embargo, darán lugar, al interpretarse sobre la sociedad humana, al darwinismo social de Spencer («la supervivencia del más apto» es una frase acuñada por Spencer, no por Darwin) y a la idea de eugenesia de Galton (aplicar la selección artificial al ser humano: idea gestada bajo el racismo científico (emic) y en nombre del Progreso): ambas ideas tuvieron gran éxito desde finales del s. XIX (si bien las ideas de Galton han caído en desuso, el darwinismo social nunca, a pesar de todo, ha dejado de estar presente en la ideología de las élites sociales). Los astrónomos descubrirán satélites de Marte, Júpiter y Saturno, y Plutón en 1930, pero fueron los canales de Marte (observados por Schiaparelli en 1877) los que más atrajeron la atención: se abrió un gran debate sobre si había agua y si hubo (o había todavía) una civilización en el planeta rojo; Lowell, gran defensor de la vida marciana, publicó Mars en 1895, ya cuando había serias dudas sobre la existencia de océanos en Marte. La influencia de Lowell la encontramos en H. G. Wells y en E. R. Burroughs (uno de los pioneros de la tercera fase).
La Física y la Química serán las ciencias que mayor influencia tendrán en la transición a la tercera fase de la ciencia ficción al abrir nuevos frentes: la teoría de la relatividad (Poincaré, Lorentz, Einstein) cambiará la percepción que se tenía de la Física y del universo desde Newton , y abrirá numerosas posibilidades en la ficción (viajes en el tiempo, o a la velocidad de la luz (o superiores), multiversos,...); en Termodinámica se desarrollan la tercera ley (1906-1912) y el principio cero; por otro lado, el átomo dejará de ser indivisible, y entraremos en (por decirlo así) "el paradigma de lo subatómico": se estudia la luz (Maxwell o Einstein) y la radiactividad (Curie, Rutherford, Fermi,...), se descubren partículas subatómicas (el electrón en 1897, el protón en 1918; el neutrón se postula en 1920 y el positrón en 1928), se desarrollan modelos atómicos (Rutherford en 1911, Bohr en 1913, Schrödinger en 1926) y los isótopos (Margaret Todd en 1913, Aston en 1922) cambian la forma de entender los elementos. También se desarrollará el grueso de la teoría de la mecánica cuántica (Plank, Rutherford, Pauli, Schrödinger o Heisenberg, entre otros).
En el conjunto de las artes también es un periodo innovador: aparte de la aparición de la fotografía (Stieglitz, Man Ray) o el cine (Méliès, Fritz Lang, Murnau, Einsenstein, Buñuel, Chaplin, los hermanos Marx,...), asistimos a la popularización del arte africano y los grabados japoneses en Europa, y aparecen la abstracción y las vanguardias: durante este periodo, se sucederán el impresionismo, el fauvismo (1905) y el expresionismo (1905), el cubismo (1909), el futurismo (1909), dadá (1916) y el surrealismo (1924). El lenguaje pictórico (Matisse, Picasso, Kandinsky, Duchamp) y escultórico (Rodin, Brancusi, Gargallo; también Duchamp y Picasso) cambiará definitivamente; también la arquitectura (Gaudi, la Bauhaus, Frank Lloyd Wright) , la música (La consagración de la primavera, de Stravinsky es de 1913; Schönberg sistematiza la dodecafonía en 1921) y la literatura (Rimbaud, Mallarmé, T. S. Eliot; Dostoievsky, Proust, Joyce, Kafka; Ibsen, Wilde, Valle-Inclán, Pirandello).
La quiebra de la idea de Progreso se producirá por dos vías: cuando se demuestre que no es infalible y cuando se vean claramente los monstruos que produce. Si bien es cierto que se explorará la mayor parte del globo («at that time there were many blank spaces on the earth», decía Marlowe en Heart of Darkness), también se empezará a ver la explotación que trae consigo el colonialismo, así como la guerra imperialista que fue la Primera Guerra Mundial (1914-1918), como la definió Lenin; también los abusos del capitalismo se hacen patentes, y las desigualdades (raciales, sexuales -es la época de las sufragistas) de las democracias occidentales. La Primera Guerra Mundial, con sus casi 10 millones de muertos y 21 millones de heridos (hacer el aspecto de los soldados mutilados y deformados más aceptable fue el inicio de la cirugía estética), y la situación del lumpen y del proletariado en el Occidente (Europa, EE.UU.) capitalista fueron monstruos del progreso (es también la época de los grandes magnates «self made», como Rockefeller, Hearst, Ford, Edison, Disney o Forbes)... pero el mayor fue el auge de los fascismos (Mussolini en 1922, Hitler en 1933), que se movían por coordenadas progresistas (los futuristas mantuvieron posturas cercanas a Mussolini, la idea de la superioridad de la raza aria estaba basada en ideas eugenésicas, históricas y progresistas). La falibilidad del Progreso quedó patente en grandes catástrofes como el hundimiento del Titanic (1912) el que, como la Armada Invencible más de trescientos años antes, nada pudo hacer contra las fuerzas de la Naturaleza, o la destrucción del Hindenburg (1937), cuyo impacto reside más en el fin de la época de los dirigibles y por haber sido ampliamente recogido por los medios; pero la gran demostración de la negación de la infalibilidad del Progreso fue el Crack del 29 (el 29 de octubre de 1929, la bolsa de Nueva York pierde 14 miles de millones de dólares) y sus consecuencias sobre la población.

Las figuras más representativas de la segunda fase de la ciencia ficción son: Julio Verne, H. G. Wells, Isaac Asimov y Arthur C. Clarke. Los dos últimos caen fuera del periodo en el que he ubicado la segunda fase, pero: 1) sus características son genuinamente de la segunda fase y, 2) como se deduce de la exposición de las transiciones, una fase no es reemplazada por otra sino que, simplemente, se impone o brilla más (sin embargo, no se puede pasar de la primera fase a la tercera -encontraremos obras de la tercera fase (como E. R. Burroughs, Méliès) en el periodo de la segunda, pero ambos casos se encuentran ya pasada la mitad de la segunda fase). Tampoco se puede decir que Méliès sea un adelantado a su tiempo y que Asimov sea arte retrógrado, sencillamente, porque la sucesión de fases no es progresista ni excluyente (como la ciencia ficción respecto a la fantasía). Los cuatro fueron grandes apasionados de la ciencia (a Verne le costó la salud, Wells escribió libros de historia y política, Asimov es conocido también por sus obras de divulgación científica, y Clarke, incluso, contribuyó a la historia de las telecomunicaciones al popularizar la órbita geoestacionaria -que también se conoce como órbita de Clarke) y demuestran, en sus obras de ficción, mayores conocimientos que los que encontramos en Frankenstein sobre el galvanismo; de hecho, los propios científicos citarán a estos autores (Asimov y Clarke en la robótica, a Verne se le reconocen anticipaciones de invenciones). Aunque sean los más representativos, no quiere decir que todo lo que escriban sea de la segunda fase: ya hemos visto con Poe y Mary Shelley que hay que fijarse, más bien, en las obras antes que en los autores; en Arthur C. Clarke, por ejemplo, encontramos Los nueve mil millones de nombres de Dios (1953), que entraría en la tercera fase al reconocer la existencia de Dios («Arriba, sin ninguna conmoción, las estrellas se estaban apagando»), y sin embargo, 2001: una odisea del espacio (la película de 1968 en la que colaboraron Clarke y Kubrick), a pesar de contener elementos de la tercera fase, pertenece a la segunda fase (incorpora la carrera espacial desde un punto de vista de la segunda fase: compárese con Star Trek, de 1966-1969).
Durante este periodo se consolidan temas clásicos de la ciencia ficción como los viajes extraordinarios (tema que también aparece en la fantasía desde mucho antes, como Los viajes de Gulliver, de 1726, o Las aventuras del Barón de Münchausen, de 1785), las utopías/distopías (que ya hemos visto que tampoco son exclusivas de la ciencia ficción) o las invasiones extraterrestres.
En las obras de viajes destaca Julio Verne con obras como Viaje al centro de la Tierra (1864), De la Tierra a la Luna (1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) o Alrededor de la Luna (1870). Viaje al centro de la Tierra está a medio camino entre la fantasía y la ciencia ficción (será una influencia para la saga Pellucidar de E. R. Burroughs) pero Veinte mil leguas... es uno de los mejores ejemplos de una obra de la segunda fase: basta leer los capítulos XII y XIII para entender esta fase: hay numerosos detalles técnicos que denotan el entendimiento de Verne pero también, diégesis («Había aquí un misterio, pero no traté de esclarecerlo. ¿Cómo podía la electricidad actuar a tal potencia?... Eso era lo que yo no podía explicarme»). Este recurso del narrador (homodiegético) que no tiene tantos conocimientos como otro(s) personaje(s) lo encontramos también, por ejemplo, en Los primeros hombres en la luna (1902), de H. G. Wells, cuando el narrador no acaba de entender del todo lo que le explica Cavor sobre su trabajo; por otro lado, en esta novela encontramos también numerosas referencias físicas y químicas, hipótesis hoy verificadas (hay atmósfera en Marte (Cavor no duda: «¡Oh, sí!»), y en la Luna una muy tenue) o superadas (los volcanes apagados de la Luna) y, a la vez, describe la sensación de ingravidez, cómo se ve el espacio sin atmósfera de por medio, y se inventa la cavorita. También merece la pena destacar El mundo perdido (1912), de Arthur Conan Doyle, en el que aparecen dinosaurios y hombres primitivos en un ecosistema aislado que les habría salvado de la extinción; aunque los conocimientos científicos de Arthur Conan Doyle no son los de Julio Verne o H. G. Wells, todavía se especulaba, al no conocerse la totalidad del globo, con que podía haber animales de los que se consideraban extintos en algún lugar aislado. Al fin y al cabo, prácticamente cada expedición descubría algún animal nuevo (algo parecido a lo que ocurre hoy día con la exploración de los fondos abisales); este axioma también será recogido por King Kong (Cooper y Shoedsack, 1933) y La guerra de las salamandras (Karel Capek, 1936), que entraría dentro de la tercera fase. King Kong se mueve por coordenadas parecidas a las de El mundo perdido (en una se traen a Londres un pterodáctilo que escapa, en la otra se traen a Nueva York un gorila gigante -que escapa).
Los temas proféticos (engloba las utopías y las distopías) tienen tres fuentes: por un lado, la capacidad de preveer resultados de la ciencia, al aplicarse sobre las ciencias sociales y su posterior adopción por el arte; por otro, la arqueología, que trae a la luz civilizaciones desaparecidas: unas por paralelismo con el Segundo Imperio francés, el Segundo Reich o el Imperio Británico, con sus pretensiones de grandeza y eternidad (recordemos el Ozymandias de Percy B. Shelley, 1818: «Look on my works, ye Mighty, and despair!»), otras por haber desaparecido sin más (como los mayas); por último, el socialismo, que profetiza el fin del capitalismo a manos del socialismo, que será reemplazado por el comunismo (verdadero inicio de la Historia de la Humanidad); de hecho, tres de los cuatro autores más conocidos en la temática profética, H. G. Wells, Jack London, y George Orwell, fueron simpatizantes socialistas (en el caso de George Orwell, hasta que vio la influencia del estalinismo en la España de la Guerra Civil). De este periodo son H. G. Wells, Jack London y Aldous Huxley. También encontraremos otros autores como John Macnie (The Diothas; or, a Far Look Ahead, de 1883, describe una sociedad futura con elementos socialistas), o Edward Bellamy (Looking Backward: 2000-1887, de 1888, también describe una sociedad futura socialista); ambas obras (junto al anónimo The Great Romance, de 1881) son utópicas. Entre la distopía encontramos a los autores más famosos. Julio Verne, que a pesar de no ser socialista mostró simpatía por los revolucionarios de su época, escribió la distopía París en el siglo XX (1863), en la que muestra el mundo de 1960, tecnocrático y capitalista. Desde coordenadas marxistas, en La máquina del tiempo (H. G. Wells, 1895), el Homo sapiens se separa, en el futuro, en dos especies: los elio, descendientes de las clases sociales altas, y los morloks, que descienden del proletariado; en El talón de hierro (Jack London, 1908), encontraremos una sociedad futura gobernada por oligarquías industriales (la tríada oligarquía-mercenarios-proletariado y su evolución recuerda a la historia del Imperio romano), que serán finalmente destruidas; también de Jack London, The Unparalleled Invasion (1910) nos muestra a una China industrializada, con superpoblación, invadiendo Asia... la solución es el genocidio con armas químicas y la invasión por las potencias occidentales. Pero será (junto a 1984 (1949), de George Orwell, que ya es de la tercera fase) Un mundo feliz (1939), de Aldous Huxley, la obra profética más famosa e influyente (los dos primeros capítulos son claramente de la segunda fase).
A la pluralidad de mundos en seguida le siguió la posibilidad de que estuvieran habitados, y ya hemos visto como Voltaire incluía personajes extraterrestres. Todavía en esta segunda fase, en Alrededor de la Luna, Verne sólo apunta a la posibilidad de que hubiera una civilización extinta en la cara oculta de la Luna; sin embargo, H. G. Wells, en Los primeros hombres en la Luna, ya los muestra abiertamente y les da nombre: los selenitas, que poseen una civilización en el interior del satélite. En La guerra de los mundos (1898) los marcianos invaden la Tierra (la famosa retransmisión radiofónica de Orson Welles en 1938 de la novela demuestra el alto grado de verosimilitud que tuvo) y el hombre no puede hacer nada contra ellos (algunos ven en esta novela una crítica al colonialismo occidental), y son sólo las bacterias las que los detendrán. Al tiempo que se escribe la novela, todavía hace poco de los descubrimientos de Robert Koch de los bacilos de la tuberculosis en 1882 y del cólera en 1883 (precisamente ésta última pudo llegar a Europa desde la India, lo que aportaría aún más a la interpretación anticolonialista), y es coetánea a la aparición de las vacunas del tétanos (Clostridium tetani), de la difteria (Corynebacterium diphtheriæ) y de la peste (Yersinia pestis) en la última década del s. XIX (de hecho, en 1896 se origina una pandemia de peste en la India, y la vacuna aparece en 1897).
Otras obras de esta fase incluyen las del japonés Unno Juza (la segunda fase de la ciencia ficción coincide, prácticamente, con el periodo Meiji japonés (1868-1912), cuando Japón se desarrolla hasta convertirse en una potencia industrial), influido por Nikola Tesla, o And He Built a Crooked House (1941), de Robert Heinlein, que trata de una casa que es un hipercubo. También en Viejo muere el cisne (1939), de Aldous Huxley, se encuentran, en el episodio de la inmortalidad, elementos de ciencia ficción de la segunda fase.




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