lunes, 13 de diciembre de 2010

Las fases del género (axiomático) de la ciencia ficción: tercera fase

Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
Tercera ley de Arthur C. Clarke.


La tercera fase será dominante desde la Segunda Guerra Mundial. Durante este periodo, el desarrollo tecnológico avanza a pasos agigantados: se suceden las innovaciones de las que se aprovechan las clases medias y altas en el Estado de bienestar del Primer mundo; se generalizan los coches, las medicinas, los teléfonos, los televisores, los viajes en avión, la informática... El precio es el consumo masivo de energía y recursos: la dependencia del petróleo, el agotamiento de los recursos naturales, la contaminación, la creciente influencia de empresas privadas en la política económica de los Estados.
Sin apenas perspectiva histórica, se podría decir que, en este periodo, tendrán una influencia destacada sobre la ciencia ficción: la Guerra Fría, la fisión nuclear, la carrera espacial, el capitalismo, y la globalización.
La Guerra Fría (1945-1991) marcará la política de gran parte del periodo. Por un lado, la política exterior será maniquea: buenos o malos, demócratas (como se autodefinen las potencias capitalistas) o socialistas (o comunistas, como les denominan los capitalistas). Se produce un juego estratégico de enfrentamientos indirectos, se busca el debilitamiento del bloque contrario (incluso con golpes de Estado y financiando el terrorismo), pero se evita el enfrentamiento directo, que daría lugar, en medio de la carrera armamentística, a la «destrucción mutua asegurada». La ciencia ficción toma nota, y encontramos ejemplos como el enfrentamiento entre la Federación Unida de Planetas y los klingon (el referente se hace más explícito en época de la Perestroika y la Glasnost, cuando en 1987, en Star Trek: la nueva generación, aparece Worf como oficial táctico); en Starship Troopers (Heinlein,1959; Paul Verhoeven, 1997), la mente colmena del enemigo (la desindividualización con que se caricaturiza el socialismo; Ray Bradbury reinterpreta la idea en It Came from Outer Space (1953)). Sin embargo, más que la política exterior, el desarrollo de la Guerra Fría en el interior de las potencias en su búsqueda de quintas columnas (los gulags y las limpiezas de Stalin, la «caza de brujas» y Hoover) será más prolífico en la ciencia ficción. Los comunistas sustituyen a masones y judíos como protagonistas de las teorías de la conspiración (la «conspiranoia» es un género en sí mismo): La invasión de los ladrones de cuerpos (Finney, 1955; Don Siegel, 1956) es un ejemplo canónico, también The Puppet Masters (Heinlein, 1951), Invasores de Marte (William Cameron Menzies, 1953), Forbidden Planet (Fred M. Wilcox, 1956), o el personaje de Brainiac (su primeras aparición es en 1958) de Superman; algunos lo han visto también en los zombis o en el vampirismo.
La influencia de la fisión nuclear recae, principalmente, en las armas atómicas y la radiactividad (accidentes nucleares como la fusión del núcleo de una central nuclear, como en Three Mile Island, en 1979, o en Chernóbil, en 1986; o residuos radiactivos, algunos de los cuales pueden tardar 20.000 años en desintegrarse). La bomba atómica inaugura la larga serie de armas de destrucción masiva que se desarrollarán más adelante, durante la carrera armamentística de la Guerra Fría (bomba de hidrógeno, pulsos electromagnéticos resultantes de la detonación de armas atómicas en la ionosfera, bomba de neutrones); el «arma definitiva» se presenta de dos formas: desarrollada por un gobierno (como en Firefox (Thomas, 1978; Clint Eastwood, 1982)) o por un individuo, generalmente un profesor que pretende dominar el mundo o al que le obligan a hacerlo o roban (una visión sesgada del Proyecto Manhattan). Godzilla (Ishiro Honda, 1954) nace como resultado de una mutación provocada por la radiación, Hulk (1962) como resultado de una prueba militar con una bomba gamma, Spiderman (1962) es picado por una araña radiactiva; en Crónicas marcianas (Bradbury, 1950), en Fahernheit 451 (Bradbury, 1953) o en La Jetée (Chris Marker, 1962) encontramos ataques nucleares, o en El planeta de los simios (1968); la Estrella de la muerte de Star Wars (George Lucas, 1977) es descrita como «ultimate weapon».
La Carrera Espacial es una continuación de la Guerra Fría, aunque pronto (1967), EE.UU. y la URSS firman el Tratado del espacio exterior, con dos puntos especialmente sintomáticos sobre lo que buscaban ambas potencias al iniciar la carrera, más bien que la causa del prestigio, que es la que habitualmente se nos ha ofrecido: 1) todos los objetos celestes son patrimonio de la humanidad, ni el territorio ni sus recursos pueden ser incorporados a un Estado terrestre, y la gestión privada debe ser autorizada, y 2) se prohíbe la presencia de armas de destrucción masiva fuera de la atmósfera. La ciencia ficción, claro, llenó el cielo de satélites con misiles nucleares que apuntaban al enemigo; también violó el primer punto: en la sagas de Star Trek y Stargate, es la humanidad, federada en un Gobierno Mundial o sólo ex professo, la que explora el espacio, pero en La luna es una amante cruel (Heinlein, 1966) vemos la intrusión de gobiernos terrestres en la Luna; en Moon (Duncan Jones, 2009), son empresas privadas. Además de las naves espaciales, también el proyecto SETI (que se inicia en 1961) será una fuente de inspiración: aparte de las obras en las que el contacto extraterrestre ya es habitual, encontramos el subgénero «primer contacto», por ejemplo: Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1951; Scott Derrickson, 2008), Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg, 1977), ET (Steven Spielberg, 1982), V (1983, 2009), Star Trek: primer contacto (Jonathan Frakes, 1996) o Contact (Robert Zemeckis, 1997).
El capitalismo especulador, cortoplacista e irresponsable también nutre a la ciencia ficción. Ya lo encontramos en RUR (Capek, 1920) y en La guerra de las salamandras (Capek, 1936), también en Mercaderes del espacio (Pohl & Kombluth, 1953) o en Desafío total (Paul Verhoeven, 1990); aparecen corporaciones monopolísticas en Yo, robot (Asimov, 1950; Alex Proyas, 2004), Johhny Mnemonic (Gibson, 1982; Robert Longo, 1995), Blade Runner (Ridley Scott, 1982), en la Trilogía del Sprawl de William Gibson (Neuromante, 1984; Conde cero, 1986; Monalisa acelerada, 1988) o en Repo Men (Miguel Sapochnick, 2010). La crisis energética de 1973 y la toma de conciencia de la excesiva dependencia del petróleo favorecen la aparición en la ficción de estas grandes corporaciones monopolísticas más fuertes que los gobiernos -una vez desaparecidos los comunistas, son ellas las protagonistas principales de las teorías conspiranoicas.
La globalización, aparte del comercio en un mundo sin comunistas (China, el Estado comunista actual más fuerte, mantiene «un país, dos sistemas») y la política (la ONU, por diégesis, inspirará todas esas Federaciones y Gobiernos mundiales que ya hemos mencionado, o como el de Fundación (Asimov, 1951)), tendrá en el ecologismo, las ONGs y las telecomunicaciones sus contenidos más relevantes. Las telecomunicaciones, incluyendo internet, inspiran todo el sugbénero cyberpunk (del que William Gibson es uno de sus máximos exponentes). Entre las preocupaciones ecologistas y humanitarias encontramos la dependencia de los combustibles fósiles, las armas de destrucción masiva, la desertificación, las extinciones de animales y plantas a manos del hombre, el cambio climático, la pobreza, y la superpoblación. Así, encontraremos futuros devastados: El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968; Tim Burton, 2001), El último hombre vivo (Boris Sagal, 1971), Cuando el destino nos alcance (Richard Fleischer, 1974), Zardoz (John Boorman, 1974), la trilogía de Mad Max (George Miller, 1979, 1981 y 1985), Doce monos (Terry Gilliam, 1995), o La carretera (McCarthy 2006; John Hillcoat, 2009); incluso Star Trek IV: misión salvar la Tierra (Leonard Nimoy, 1986) se preocupa por salvar las ballenas. Un subgénero derivado es «la venganza de la Naturaleza», como en: Armaggedon (Michael Bay, 1998) o Deep Impact (Mimi Leder, 1998), 28 días después (Danny Boyle, 2002) y 28 semanas después (Juan Carlos Fresnadillo, 2007), El día de mañana (Roland Emmerich, 2004), Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006), El incidente (M. Night Shyamalan, 2008) o 2012 (Roland Emmerich, 2009). La visión pesimista del hombre y de la sociedad recorren toda la fase: Hiroshima y Nagasaki y el Holocausto entierran la idea de Progreso, aunque se mantendrá como referencia inalcanzable... Por un lado la sociología y la política continuarán la metáfora de la sociedad como una máquina y encontramos la desindividualización soviética y la ingeniería social capitalista, siguiendo Un mundo feliz, y Metrópolis (Fritz Lang, 1927) aparecerán distopías: como las mencionadas Fahernheit 451, Cuando el destino nos alcance y Zardoz; 1984 (Orwell, 1948), el Viaje vigésimo cuarto de Diarios de las estrellas (Lem, 1971), La fuga de Logan (Michael Anderson, 1976), la saga Terminator (James Cameron, 1984 y 1991; Jonathan Mostow, 2003; Joseph McGinty Nichol, 2009) Gattaca (Andrew Niccol, 1997), o la trilogía de Matrix (Andy & Larry Wachowski, 1999 y 2003). Por otro lado, la genética, la etología y la psicología devolverán al hombre a su condición de animal (según ciertas corrientes, determinado por sus genes, sus instintos o sus pulsiones): es el Jefe Salamandra de La guerra de las salamandras, los conspiradores de Zardoz, el público de Perseguido (Paul Michael Glaser, 1987), el personaje de Gary Oldman (Jean-Baptiste Emanuel Zorg) en El quinto elemento (Jean-Luc Besson, 1997), los clonadores y los clientes de La isla (Michael Bay, 2005), el Distrito 9 (Neill Blomkamp, 2009), los caníbales degenerados y la enfermedad de Pandórum (Christian Alvart, 2009) o, en fin, el lado oscuro de la fuerza (que es «más rápido, más fácil»).

El núcleo del género, la diégesis científico-tecnológica, se caracteriza en esta fase por la oscuridad: las ciencias y las tecnologías han alcanzado tal nivel de complejidad y especialización que ya es muy difícil encontrar un Julio Verne contemporáneo, que comprenda el funcionamiento de todo cuanto le rodea; a modo de ejemplo: en Origen (Christopher Nolan, 2010) basta con postular una máquina y unas drogas que permiten entrar en los sueños de otro; en Star Wars, se postulan espadas láser o hipervelocidad; en Star Trek hay una máquina para la teleportación -nunca sabemos cómo funcionan: sólo están ahí, como el móvil o el microondas. Es por eso que la tercera fase se presenta como una inversión (contraria sunt circa eadem) de la primera (φf(c) vs. )fc); grosso modo: si en la primera fase la ciencia y la tecnología parecían magia, en la tercera fase la magia parece científico-tecnológica (la ciencia absorbe a la magia); también explica cómo aparecen autores y obras de la tercera fase en el periodo de la segunda fase: por su desconocimiento o desinterés en las ciencias y las tecnologías. Por último, al disminuir la comprensión que permite la diégesis de los referenciales, aumenta la autorreferencialidad y la influencia de otros géneros, dando lugar a la proliferación de subgéneros. Por ejemplo, George Méliès, en Viaje a la Luna (1902) se basa en De la Tierra a la Luna y Los primeros hombres en la Luna.
Que los autores no comprendan (o no muestren interés) en los referenciales científico-tecnológicos no quiere decir que sus obras sean menores, que sean malos. Los fenómenos científico-tecnológicos a los que tiene acceso son mucho más fascinantes que los que tuvo a mano Julio Verne, y es precisamente ese desentendimiento o incomprensión lo que dispara la obra mucho más allá de lo que se observa en fases anteriores; por otro lado, tal libertad permite abrir otras vías que enriquecen al género. Es el caso de Robert A. Heinlein, Ray Bradbury, Stanislaw Lem y Philip K. Dick. Heinlein, como Clarke o Asimov, sí tiene intereses científicos e introduce ciencias que no habían sido incorporadas al género (economía, política, lingüística,...), como ya hemos visto en su relato Y construyó una casa torcida; sin embargo, en obras como Forastero en tierra extraña (1961), introduce habilidades psíquicas y paranormales y, de hecho, apela a la religión (el protagonista de Forastero..., Michael Smith, crea una religión para que la gente simpatice con sus poderes y su doctrina). En el caso de Bradbury, hace uso del género precisamente por la libertad referencial que en él ve; Crónicas marcianas, incluso, ya lo advierte al principio: «Los viajes interplanetarios nos han devuelto a la infancia»; en esta obra, las diégesis ya no parten, principalmente, de referenciales científico-tecnológicos (aunque en Vendrán lluvias suaves, por ejemplo, vemos robots que realizan tareas domésticas; o, a lo largo de la obra, veremos cohetes y una guerra atómica): la colonización de Marte recuerda a la conquista del Oeste (los marcianos como los indios nativos), se habla de la situación de los negros (el libro se escribió en plena gestación del Movimiento por los Derechos Civiles), o muestra el pánico nuclear (la «Gran Guerra» que empieza en 2005). Tanto Ray Bradbury como Philip K. Dick tratan el tema de la duda ontológica, que recorrerá las artes contemporáneas (incluso la encontramos en la cocina de Ferran Adriá). Esta duda no es una novedad, la encontramos en Berkeley, Descartes o Gorgias, pero la versión contemporánea parte de las ciencias mismas: por un lado, las ciencias «duras» dejan de mostrar un mundo determinista, completamente predecible (las matemáticas hablan del caos, asistimos al auge de la estadística; la física, de la incertidumbre y de la probabilidad; los elementos químicos se disuelven en una pléyade de partículas subatómicas, algunas sólo postuladas) que las aleja del papel que se las quiso otorgar de sustitutas de la religión (y que, en cierto modo -como el cientificismo y el progresismo-, aceptó); por otro lado, aparecen ciencias nuevas, con muchas escuelas enfrentadas entre sí y con otras ciencias y, en algunos casos, como las ya mencionadas genética, etología y psicología (también la sociología y la lingüística), mostrarán a un hombre que no puede alcanzar la objetividad tal y como era entendida por la Idea de Progreso (una objetividad directamente inspirada en el conocimiento absoluto divino). Este tema se presenta en obras y autores tan dispares como, por ejemplo, a lo largo de la obra de Borges (por ejemplo, en Las ruinas circulares, 1944) o de David Lynch (como en Carretera perdida, 1997), En los límites de la realidad, Perdidos, o Shutter Island (Martin Scorsese, 2010) y la ciencia ficción de la tercera fase encuentra medios casi inmediatos para tratarlo (por ejemplo, en Desafío total, Abre los ojos (Alejandro Amenábar, 1997),
Matrix, Existenz (David Cronenberg, 1999), Fringe, Origen): los marcianos de Crónicas marcianas, ¿se han extinguido o han usado sus poderes para hacer creer al hombre que han desaparecido, como parece indicar Encuentro nocturno? En Philip K. Dick, el tema es dominante a lo largo de su obra: en Blade Runner (basada en la novela Do Androids Dream of Electric Sheep?, 1968) pone en duda la memoria y la propia humanidad; en Desafío total (basada en el relato We Can Remember it For You Wholesale, 1966) pone en duda la realidad y la memoria; también lo encontraremos en The Man in the High Castle (1962) y Ubik (1969). Stanislaw Lem propone una variación, más materialista: rechaza la Idea de la objetividad progresista y acepta la Idea de la realidad en construcción: en Solaris (1961), tanto la Hari visitante como Kelvin se dan cuenta de la situación, y ambos luchan por mantener su realidad; en Diarios de las estrellas podemos encontrarnos a nosotros mismos de distintos tiempos (Viaje séptimo, Viaje vigésimo), dejar de ser nosotros mismos sin dejar de serlo (por sustitución, como en el Viaje decimocuarto o por un fallo, como en el Viaje vigésimo tercero); también afecta a la colectividad: todos pueden tomar un papel falso por la presión de las autoridades (Viaje undécimo) -que vale tanto como crítica al socialismo como al capitalismo.

Dos ejemplos de elementos característicos de la tercera fase: los extraterrestres y las naves espaciales.
De la vida fuera de la Tierra no hay referenciales: como mucho, meteoritos con aminoácidos (como el meteorito Murchison, caído en 1969), las especulaciones del SETI o, llegados al caso, la autopsia del alienígena de Roswell (1947); en todo caso, los reflujos de la religiosidad primaria explican gran parte del auge. Sobre la evolución del extraterrestre en la ciencia ficción, éstos partirán de animales linneanos y, a través de la retroalimentación y la incorporación de otros animales, irán evolucionando. En principio, la segunda fase determina la anatomía alienígena dependiendo de la gravedad del planeta natal (así, encontramos los selenitas insectoides de Los primeros hombres en la Luna, o los marcianos cefalopoides de La guerra de los mundos); los humanoides son ya de la tercera fase (E. R. Burroughs). Evolucionan los insectoides (Alien (Ridley Scott, 1979), Depredador (John McTierman, 1987)) y los cefalopoides se antropomorfizarán, como una especie de humano cuyo cerebro ha evolucionado creciendo desmesuradamente (la mayoría de los cefalopoides antropomórficos son resultado de la influencia del alienígena de Roswell: los de Encuentros en la tercera fase, los de Inteligencia artificial (Steven Spielberg, 2001), los clonadores de Kamino del Star Wars. Episodio II: El ataque de los clones (George Lucas, 2002), o los «seres interdimensionales» de Indiana Jones IV: El reino de la calavera de cristal (2008)); aparecen gusanoides (los Shai-Hulud de Dune (Frank Herbert; David Lynch, 1984), Jabba el Hutt de Star Wars), reptiloides (Yoda en Star Wars, los visitantes de V), mamiferoides (los wookies y los ewoks de Star Wars o Jar Jar, que parece basado en un asno; los na'vi de Avatar (James Cameron, 2009)), seres microscópicos (como los midiclorianos de Star Wars o las enfermedades, las que producen zombis (de los que hablaremos más adelante), o las que encontramos en Estallido (Wolfgang Petersen, 1995) o en Doce monos) incluso polimorfos (el episodio The Man Trap, 1966, de Star Trek; La cosa (Howard Hawks, 1951; John Carpenter, 1982)) o conductas sin cuerpo (Trelane en el capítulo The squire of Gothos, 1967, de Star Trek). Los humanoides se presentan de dos formas: humanos tal cual (Han Solo, Luke, Leia, Mace Windu,... en Star Wars; Starman (John Carpenter, 1984)) o humanos dotados de algún signo distintivo (vulcanianos, romulanos y klingons en Star Trek; Darth Maul o el maestro Jedi Ki-Adi-Mundi en Star Wars).
La evolución de las naves espaciales se desarrolla en dos planos: la apariencia de la nave y la propulsión. Esta última se presenta basada en tres referenciales (los cohetes y aviones de reacción, la propulsión nuclear y la diégesis de la Relatividad) y una autorreferencialidad (la cavorita de Wells en Los primeros hombres en la Luna).
Verne usó un cañón y Wells inventó la cavorita antigravitatoria (uso «antigravitatorio» como el fenómeno que pone entre paréntesis la gravedad): Edgar Rice Burroughs también hará uso de medios antigravitatorios para sus vehículos marcianos, así como los platillos volantes (dada su aparente ausencia de propulsores y de «saltos en el continuo espacio-tiempo»); la fuerza antigravitatoria se ha impuesto en los vuelos intraplanetarios (el landspeeder de Luke, o los coches de El quinto elemento, por ejemplo). Como referenciales para la diégesis antigravitatoria encontramos el electromagnetismo (inspiración constante a lo largo de la historia de la ciencia ficción) y los hovercrafts; Wells, probablemente, la postuló (como en el primer capítulo de Los primeros hombres...). La gravedad también se simula: es la gravedad artificial que no encontramos en Los primeros hombres... pero sí en 2001 (donde llegamos a ver cómo se genera -típico de la segunda fase) o en Star Wars o Star Trek (supondremos un enigmático «generador de gravedad artificial»). Al principio de la tercera fase, la propulsión es completamente autorreferencial: Méliès usa el cañón de Verne; Burroughs, el fenómeno antigravitatorio. Después de la Segunda Guerra Mundial, después de las V-2 y las armas secretas de la Luftwaffe (los aviones a reacción He-178 y Me-262, por ejemplo), empiezan los viajes con reactores y cohetes (en Crónicas marcianas los viajes interplanetarios se hacen con cohetes); más aún durante la Carrera Espacial. Sin embargo, más o menos a la vez, la moda del fenómeno OVNI reintroduce los medios antigravitatorios. Más adelante, la energía nuclear se usará para la marina (el USS Nautilus, de 1955, es el primer submarino atómico, el USS Enterprise, de 1961, es el primer portaaviones atómico), y se impondrá el motor a reacción (la diégesis de los motores a reacción en el espacio) con combustibles desconocidos: es la propulsión predominante en vuelos interplanetarios (2001, Star Trek, Star Wars, Starship Troopers, &c.). También se suele emplear la reacción en el siguiente paso, la diégesis de la Física: el hiperespacio, la curvatura espacio-tiempo, los viajes superlumínicos... que se usan para los viajes intergalácticos e intragalácticos. Si la diégesis científico-tecnológica se hace desde la Relatividad especial, se mantendrá en velocidades sublumínicas (es el caso de 2001, de Alien y de Pandorum; en general de toda obra que incluya la criogenización de la tripulación); si se hace desde la Relatividad general (distorsiones espaciotemporales) o la mecánica cuántica (la propagación instantánea), encontraremos velociades superlumínicas: hipervelocidad, agujeros de gusano, interdimensionalidad, hiperespacio...; incluso aumentar la velocidad de la luz (como en Futurama), o la «velociadad absurda» de La loca historia de las galaxias (Mel Brooks, 1987).
La apariencia de las naves espaciales se nutre, fundamentalmente, de tres referenciales: los OVNIs, las embarcaciones y la aviación (insisto: no son fuentes excluyentes, sobre todo en casos de autorreferencialidad); también encontraremos referenciales automovilísticos, pero en menor escala y, sobre todo, para dar un toque retro (El taxi de Korben Dallas (Bruce Willis) en El quinto elemento, por ejemplo). Los OVNIs no son sólo los platillos volantes (como el de Forbidden Planet): los encontramos con forma de disco (los podemos reconocer en la USS Enterprise de Star Trek, en el Halcón milenario de Star Wars, o en las naves de V, por ejemplo), esféricos (la de ET o las de Encuentros en la tercera fase, en parte la Discovery 1 de 2001 o los Tie-Fighters de Star Wars), con forma de puro (Rama en Cita con Rama (Clarke, 1974), el Gallofree Transport de Star Wars), triangulares (el destructor imperial de Star Wars, aunque su propio nombre indica influencia naval). La influencia de la aviación la encontramos desde los V-2 (en los cómics de Tintín, Objetivo: la Luna y Aterrizaje en la Luna (Hergé, 1954), en Diarios de las estrellas o, como ya hemos dicho, en Crónicas marcianas) hasta los aviones militares: en Star Wars, el Naboo Royal Spaceship parte del Lockheed SR-71; el Naboo Royal Cruiser del B-2; el X-Wing de los cazas contemporáneos (y los biplanos), el Naboo Fighter de los cazas de la Segunda Guerra Mundial; el Imperial Landing Craft o el Lambda-Class Shuttle de los aviones X estadounidenses; el Republic Attack Gunship del Mil Mi-24,... La influencia naval está presente tanto en naves espaciales (el Yamato de Crucero espacial Yamato (1974) y el Fhloston Paradise de El quinto elemento son de los ejemplos más claros; la Discovery 1 es como la mezcla de un platillo volante esférico con un submarino) como en naves intraplanetarias (los airspeeder y los landspeeder de Star Wars parten de las lanchas motoras); encontramos la influencia en la denominación (como USS -aunque en Star Trek no quiera decir United States Ship- (la USS Enterprise, la USS Nostromo de Alien), crucero (el crucero estelar Mon Calamari de Star Wars, el crucero klingon de Star Trek), destructor (los ya citados destructor imperial y Yamato), fragata, &c.), en el interior de la nave (la Elysium de Pandorum, la estación espacial de Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972), los «puentes de mando»), o en la robustez del casco, heredada de los submarinos (al fin y al cabo, son referentes de vehículos con presurización y atmósfera artificiales): la Nostromo, la Alexei Leonov de 2010 (Peter Hyams, 1984), el Neimoidian Shuttle o el Commerce Guild Support Ship de Star Wars; incluso Abyss (James Cameron, 1989) y Pandorum inciden en el paralelismo mar-espacio.

En esta tercera fase encontraremos también un curioso recurso: la añoranza de la segunda fase. Esta añoranza no aparece en la segunda fase respecto a la primera. Dicho recurso consiste, básicamente, en explicar los ingenios tecnológicos que se inventan: cuando lo hacía una obra de la segunda fase mantenía un mayor grado de verosimilitud (ya hemos visto el Nautilus de Verne o, incluso, la cavorita de Wells, cuyo razonamiento es parecido al que llevó a postular el neutrón y Neptuno); sin embargo, en la tercera fase la verosimilitud se disuelve. Diríamos que es un intento de dotar de verosimilitud científica a algo que no lo tiene, pero también es sintomático de la voluntad del autor de querer explicarlo todo: pero la verosimilitud reside en el público, y puede que uno se crea los desvaríos científicos de Walter Bishop en Fringe, pero otros no se lo creerán (aunque puede que sean condescendientes); la voluntad de querer explicarlo todo puede deberse a la sensación de que la segunda fase era mejor, o por desconocimiento o desinterés del autor, (que puede que se crea lo que dice) o por infravalorar al público (el autor piensa en que «no se va a fijar» -implica el criterio cualitativo de las fases). Sólo daré dos ejemplos: el condensador de fluzo (Regreso al futuro, Robert Zemeckis, 1985) y los midiclorianos (de los episodios I, II y III de Star Wars). El condensador de fluzo es un ejemplo paradigmático, aunque cumple una función en la trilogía (su combustible es esencial para el desarrollo del guión de la primera y de la tercera) -aun así, no hacía falta entrar tan en detalle (ya sabíamos que Emmet Brown (Christopher Lloyd) es un genio loco). Otra cosa son los midiclorianos... Es un sinsentido. La primera trilogía (episodios IV, V y VI) habla de la Fuerza como algo místico (Han Solo describe a los jedis como «religiones charlatanas y armas antiguas»), que se entrena y desarrolla; sin embargo, en la segunda trilogía, en el Episodio I (La amenaza fantasma, George Lucas, 1999), Qui-Gonn Jinn saca un aparato que mide el nivel de midiclorianos en un ser vivo... estos midiclorianos son seres microscópicos que sirven como intermediarios entre los seres vivos y la Fuerza... ¿para qué hay que apelar a estos seres? Sólo por determinismo, para incidir en que los Skywalker son especiales, pero ya lo eran: «la Fuerza es poderosa en mi familia...», decía Luke en El Retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983); dado el misticismo que rodeaba a la Fuerza, ¿había necesidad de mayor detalle? No deja de ser sintomático que los midiclorianos no se vuelvan a mencionar en ningún episodio más (sobre todo si tenemos en cuenta que Jar-Jar sale en dos películas más). Como contraejemplo, dos películas de Christopher Nolan: El truco final: el prestigio (2006) y Origen (2010): en la primera, sabemos que la máquina de Tesla funciona con electricidad, pero nada más; en Origen ni eso: ¿hay algún problema de verosimilitud o de coherencia?

En los subgéneros se ve claramente la autorreferencialidad y los «préstamos» de otros (sub)géneros a lo largo de su desarrollo. Como ejemplos, trataré tres: el subgénero de aventuras espaciales, el zombi y el kaiju.
El subgénero space opera (o de aventuras espaciales) hunde sus referencias en las novelas de viajes y aventuras, reubicadas en el espacio. Así, citaríamos antes Los primeros hombres en la Luna que Alrededor de la Luna como ejemplo. El primer escritor reseñable es Edgar Rice Burroughs, escribió obras de varios géneros (es uno de los más significativos representantes de la pulp-fiction): de aventuras (la serie Tarzán), fantasía (la serie Pellucidar) y ciencia ficción (la serie Barsoom, por ejemplo). La serie Barsoom, en concreto, también se suele encasillar en el subgénero sword and planet, denominación bastante explicita que pone de relieve sus influencias aventureras y fantásticas. En efecto, a pesar de haberse publicado entre 1912 y 1948, cabría ubicar la serie en la fantasía: encontramos princesas, seres inmortales, viajes astrales (el viaje de John Carter a Marte tiene reminiscencias del viaje del Duracotus de Somnium a la Luna); los elementos se corresponden, por el contrario, a la segunda y tercera fase: sistema métrico, flora y fauna marcianas; aeronaves antigravitatorias (la explicación de su funcionamiento es de tercera fase), armamento (balas de radio, bóvedas que protegen ciudades,...)... La influencia fantástica es tan fuerte que, de no ser por la influencia de las teorías (ya más que cuestionadas en 1912) de Percival Lowell sobre la vida en Marte como axioma y los elementos, habría que ubicarla serie en la primera fase (o, incluso, en la fantasía). El subgénero se va desarrollando por otros ámbitos de la cultura popular: en el cómic encontramos a Buck Rogers (1928), con una película en 1939 y una serie de televisión entre 1950 y 1951; o a Flash Gordon (1934), con tres películas entre 1936 y 1940. El subgénero pasó a segundo plano hasta la década de los sesenta (en los cuarenta y cincuenta atraen más las invasiones extraterrestres y los OVNIs, cuyos referentes están en el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial y la amenaza comunista); es en esta década cuando aparecen escritores como Poul Anderson o Gordon R. Dickson, en el cómic, el segundo Linterna verde a finales de los cincuenta, Los cuatro fantásticos (1961), o Barbarella (1962), o la influyente 2001: una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968); junto a 2001, y amparados por los resultados de la carrera espacial, será la televisión la que dará el mayor impulso a este subgénero: encontramos Doctor Who (1963-1989), Perdidos en el espacio (1965-1968) y, sobe todo, la serie original de Star Trek (1966-1969). Tras la irrupción del subgénero en el cine, sobre todo como resultado de adaptaciones de cómics y series como Doctor Who (Gordon Flemyng, 1965 y 1966) y Barbarella (Roger Vadim, 1968), se produce otro pico en los setenta, con Stanislaw Lem (Relatos del piloto Prix y Más relatos del piloto Prix (1968), Diarios de las estrellas), la radiocomedia y las novelas de Guía del autoestopista galáctico (Douglas Adams, cinco novelas entre 1979 y 1992) las adaptaciones de Star Trek (Robert Wise, 1979) y Flash Gordon (Mike Hodges, 1980), resultado las dos del fenómeno que supuso Star Wars (1977). Más tarde encontraremos la adaptación de Perdidos en el espacio (Stephen Hopkins, 1998), o la película de Guía del autoestopista galáctico (Garth Jennings, 2004), la expansión de las sagas Star Trek (once películas en treinta años, Star Trek: la nueva generación (1987-2004), Star Trek: Deep Space Nine (1993-1999), Star Trek: Voyager (1995-2001)) y Star Wars (algún especial navideño, spin-off de los ewoks, de RD-D2 y C3PO, las precuelas de 1999-2005, las guerras clon,...), la aparición de sagas, como Alien (seis películas en menos de treinta años), Stargate (continuando la película de Roland Emmerich de 1994; dos películas en 2008, el spin-off de Stargate Atlantis, Stargate Infinity y Stargate Universe), las crónicas de Riddick (dos películas y un anime entre 2000 y 2004), parodias como La loca historia de las galaxias o Enano rojo (1988-1999), y la irrupción de los videojuegos (en su mayor parte, adaptaciones y spin-off de las grandes sagas). En todos los casos observaremos claramente como unas obras se nutren de otras (la línea Buck Rogers - Star Trek - Stargate; la línea Barsoom - Flash Gordon/Buck Rogers - Star Wars - Riddick; Buck Rogers, Star Trek, 2001 y Star Wars son claves para la evolución del subgénero), las series evolucionan (la evolución de las USS Enterprise, de las relaciones klingon/romulanos/vulcanianos/humanos; en el caso de Star Wars, la «involución» que sufren las naves entre la trilogia original y la precuela), se nutren de otros géneros axiomáticos (hard-boiled, terror, romance, por ejemplo); las referencias extraficticias o no se dan o son anecdóticas. Por lo demás, la estructura narrativa se apoyará, casi siempre, en variaciones del género de aventuras y del monomito de Joseph Campbell.
El subgénero zombi parte del género fantástico. La momia (la leyenda de la maldición de la tumba de Tutankamón, sobre todo) es el muerto viviente (a diferencia del vampiro, que es un no-muerto) que gozó de mayor prestigio en la cultura occidental (el mainstream mundial) hasta la incorporación del vudú en esta. En 1929, William Seabrook publica The Magic Island, un retrato periodístico-sensacionalista sobre Haití y el vudú en el que ya se habla de los zombis: es el pistoletazo de salida. En 1932 aparece White Zombie (Victor Halperin), inspirado en la obra de Seabrook; se sitúa en Haití y el fenómeno está controlado por los hechiceros, los zombis se usan como mano de obra sin voluntad (algo que todavía no se había conseguido en occidente: RUR, Metrópolis). Hasta 1941, en King of the Zombies (Jean Yarbrough), los zombis continúan bajo control. En la película con guión de H. G. Wells, Things to Come (William Menzies, 1936), se desata una enfermedad cuyos síntomas se parecen mucho a los zombis: se redefine al zombi: ya no son mágicos, ya no son controlados, ya no están confinados en una zona geográfica: son infectados, la enfermedad es muy infecciosa y se propaga por todo el mundo (afecta a la mitad de la población mundial) -y se acaba con ella exterminando a los infectados. Todavía no nos encontramos con el «infectado» clásico, pero las líneas generales ya están definidas: una enfermedad muy contagiosa que parece que mata al paciente pero después se levanta convertido en una especie de sub-humano al que se debe exterminar. Otra incursión del zombi en la ciencia ficción es Plan 9 from Outer Space (Ed Wood, 1959): aquí, los zombis han sido revividos como parte de un absurdo plan (el plan nº9) alienígena; es una composición (yuxtaposición) entre el género fantástico y la ciencia ficción. Más tarde, en La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), encontraremos al «infectado» definido, con matices: aunque no se deba a una enfermedad, sino a un fenómeno cósmico (claramente, un axioma de tercera fase), aparecen el canibalismo y el contagio (aunque en La noche... podría interpretarse que el mordisco mata, y el fenómeno cósmico revive). El «infectado» desplazará al zombi y se convertirá en la figura dominante del muerto viviente, desplazándose el género, prácticamente en su totalidad, a la ciencia ficción: el género no se detiene, en 28 días después y su secuela 28 semanas después, los «infectados» ya no son seres torpes cuya única fuerza es su superioridad numérica; el cómic Walking Dead (2005-2010) y su adaptación a televisión (2010), dan un paso más cuando los cadáveres pueden revivir aunque no estén enteros. Sólo en películas y series, encontramos en filmaffinity 242 referencias etiquetadas bajo el topic «zombi» (aunque incluye tanto a zombis como a infectados); 231 de ellas, posteriores a La noche...; también encontramos infectados en los videojuegos (la saga Resident Evil es la más famosa, también adaptada al cine).
El subgénero kaiju hunde sus raíces también en la fantasía: en los dragones (europeos y asiáticos), fundamentalmente. También, y como ya hemos visto antes, las exposiciones de dinosaurios alimentaron la imaginación, y pronto se les dotó de vida en la ficción: Verne en Viaje al centro de la Tierra (1864), Arthur Conan Doyle en El mundo perdido (1912) o Edgar Rice Burroughs en la serie Pellucidar (1914-1962). La criatura gigante, axioma del kaiju, convivirá en la fantasía y en la ciencia ficción: encontramos al Balrog de El señor de los anillos (Tolkien, 1937-1949; Peter Jackson, 2001-2003) o los colosos de Shadow of the Colossus (2005) junto a los dinosaurios de la saga Parque jurásico (Michael Crichton 1990 y 1995; Steven Spielberg 1993 y 1997, Joe Johnston en 2001) o la criatura de The Host (Bong Joon-ho, 2006). Cuando se trata de criaturas de ciencia ficción, en la tercera fase (en la segunda fase encontramos los descubrimientos, como El mundo perdido o King Kong), suelen ser creadas por acción directa o indirecta del hombre (directa: Mazinger Z, o los dinosaurios de Parque jurásico; indirecta: Godzilla es producto de pruebas nucleares; la criatura de The Host, de la contaminación del río), o de procedencia extraterrestre (King Gidorah, de la saga Godzilla, los robots de Transformers); mención aparte merece la criatura de Monstruoso (Matt Reeves, 2008): según sus creadores, es una criatura submarina que emerge tras miles de años (lo que la situaría en la segunda fase), pero la película falla al explicar su origen (podemos, como mucho, deducir que viene del mar), y la sitúa en lo que denominaré el límite del género de la ciencia ficción.

Por último, me referiré, brevemente, al límite del género de la ciencia ficción. A este límite se llega cuando ya no sepamos si se trata de magia o de ciencia. No es que sean indistinguibles por el desconocimiento o el desinterés de los que hablaba en el tercer género: es que ya no habrá referencias que permitan deducir la pertenencia a una u otra. Tres ejemplos: en las dos primeras temporadas de Perdidos (2004-2010), la serie se mueve en una calculada ambigüedad ciencia ficción/fantasía (el humo negro emite sonidos mecánicos (y Rousseau dice «los monstruos no existen»), Desmond introduce la serie numérica en un ordenador para que no se acabe el mundo; aparecen fantasmas, los Otros son seres numinosos, hay poderes psíquicos,...), si bien es cierto que a esta ambigüedad se llega por yuxtaposición (al final, la serie se decantó por la fantasía); en Walking Dead, nunca sabemos qué provoca la aparición de los zombis (Rick Grimes, el protagonista, está en coma), y el hecho de que no sólo la mordedura, sino también la muerte, convierta en zombi no parece indicar una enfermedad, ¿es otro fenómeno cósmico, magia vudú?; en La carretera (y en su adaptación cinematográfica), ¿sabemos qué ha provocado el desastre? No se nos dan pistas: puede haber sido una catástrofe ecológica, una guerra atómica o, incluso, la venganza de un dios cruel (tipo los dioses cósmicos de Lovecraft -fantasía espacial). En todo caso, será el público el que, en estos casos límite, tenderá a incluir estas obras en un género u otro: por tradición temática, estética, &c., pero no por la obra en sí.



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sábado, 2 de octubre de 2010

Las fases del género (axiomático) de la ciencia ficción: segunda fase

Y es que no debe entenderse el paso de una fase a otra como un corte en el que sólo se mantiene el núcleo: como el cuerpo es acumulativo, será un caso parecido al proceso de especiación desde el punto de vista del gradualismo.
En La verdad sobre el caso del señor Valdemar, Poe demuestra tener conocimientos de mesmerismo, pero el muerto parlante («y ahora... ahora... estoy muerto») y, sobre todo, la descomposición del cuerpo del señor Valdemar a ojos vista (cuesta creer que alguien confunda esto con un informe científico, salvo mala fe) son todavía elementos fantásticos (es un relato de la segunda fase que al final nos devuelve a la primera).
La principal característica de esta segunda fase es el amplio conocimiento que presentan los autores en distintas ciencias; por ejemplo: es Hinton, que también escribía ciencia ficción, el que acuña el término «teseracto»; Konstantin Tsiolkovsky, pionero de la astronáutica y de la tecnología de cohetes (con aportes teóricos y la construcción de cohetes en la década de 1930) también escribió obras de ciencia ficción. El periodo histórico en el que esta fase domina el espectro de la ciencia ficción coincidirá con la Segunda Revolución Industrial (o Revolución Tecnológica) y la idea de Progreso (hasta que su condición de mito se haga más que evidente); es decir, entre la década de los sesenta del s. XIX y el periodo de Entreguerras.
Durante este periodo asistimos a un gran desarrollo científico y tecnológico. Mientras que la tecnología produce objetos cada vez más fascinantes, las ciencias van adquiriendo una complejidad creciente, hacia una inevitable especialización.
Como ejemplos tecnológicos, aparecen: la ametralladora, el torpedo, la dinamita, la máquina de escribir, el teléfono, la telegrafía sin cable, el fonógrafo, el cine, el automóvil, el zepelín, el avión, la pasterización, la aspirina, la penicilina o el nylon; se construye el Canal de Suez (1888), la primera planta hidroeléctrica (Edison, en 1882), el metro de las principales ciudades del mundo (Londres y Nueva York en 1863 y Estambul en 1876 son las primeras), los rascacielos (el Home Insurance Building de Chicago, de 42 m. de alto fue el primero, en 1885; el Manhattan Life Insurance, de 106 m., en 1894, fue el primero en pasar de 100 m.; el Edificio Telefónica de Madrid en 1929, de 89 m., fue el primer rascacielos de Europa; el Empire State Building, de 381 m., se construye en 1931), la Torre Eiffel de París (330 m., 1889) o las autopistas alemanas (autobahn).
Junto a las ciencias clásicas y las cientificistas se van desarrollando otras. Es el periodo del desarrollo de la Lingüística y la Psicología; en el caso de la primera, con la invención de la notación fonética de Alexander Melville Bell (1864), el Curso de Lingüística general de Saussure (1916), el Tractatus de Wittgenstein (1922) o las escuelas teóricas del Círculo de Viena (1922), el Círculo lingüístico de Praga (1928) o el Círculo lingüístico de Copenhague (1931), con Louis Hjelmslev. En Psicología, encontramos los experimentos de Pavlov sobre los reflejos condicionados (1890-1900) a través de Watson (fundará la Escuela Psicológica Conductista en 1913) y el psicoanálisis de Freud, que alcanzará gran prestigio social e influencia en el arte. Compte acuñó el término «Sociología» ya en 1838 (aunque todavía distaba de ser la ciencia positiva que él pretendía), durante este periodo se irán cerrando su campo y delimitando sus métodos, con Weber, Simmel o el socialismo. El socialismo de Marx y Engels, lo que éste último llamó «socialismo científico» (1880), tendrá una grandísima influencia sobre la Sociología, la Economía y la Historia (Marx es, junto a Keynes, uno de los economistas más destacados de este periodo, y junto a Smith, o Ricardo, uno de los considerados padres de las ciencias económicas; en Historia, sus ideas sobre la lucha de clases y el materialismo serán decisivas para su desarrollo teórico); su aplicación tecnológica la encontraremos en el movimiento sindical y en los partidos políticos socialistas y comunistas (Pablo Iglesias funda el PSOE en 1879 y la UGT en 1888; los partidos comunistas de Francia, Inglaterra y España se fundan en 1920-1921), cuyo hito es la Revolución de Octubre (1917) que trajo el nacimiento de la URSS (1922). El comunismo se concibe como un paso más en el progreso de la historia de la humanidad (Lenin definió el imperialismo desde un punto de vista progresista al decir que es «la fase superior del capitalismo», i.e., la fase previa al socialismo); en sentido opuesto encontramos la Geología (Wegener formula la teoría de la deriva continental en 1912), la Paleontología y la Historia: se descubre el Archaeopteryx (1861), el Pteranodon (1876), el Stegosaurus (1877), el Apatosaurus que se denominó Brontosaurus (1879), el Triceratops, o el Tyrannosaurus rex (1892), que fascinan tanto como la incógnita de su extinción; también los descubrimientos de las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira (1879), de la Mouthe (1897) o Trois Frères (1912), las venus paleolíticas de Brassempouy (1893), Willendorf (1908), Laussel (1909), o Lespugue (1922), la carrera por encontrar los restos homínidos más antiguos (el Hombre de Java (Homo erectus) en 1862, la calavera de Piltdown (emic) en 1908, o el Australopithecus en 1925); y el (re)descubrimiento y excavación de ciudades como Xunantunich (1894), Machu Picchu (entre 1880 y 1911), Eridu (1918), Ur (1926), Hattusas (1906), Troya (1870), Micenas (1876), Cnosos (1900) y gran parte del Valle de los Reyes (destacan la misteriosa KV55 y la tumba maldita de Tutankamón, que tanto alimentarán el género fantástico).
Pero serán las ciencias cientificistas las que experimenten las mayores "revoluciones". En Biología, aparte del ya mencionado Pavlov, encontramos a Ramón y Cajal y a Golgi (padres de la neurología); se dan los primeros pasos en Genética (término acuñado en 1905) tras el redescubrimiento de los trabajos de Mendel en 1900. Darwin, tras el escándalo del Origen de las especies (1859), publicará El origen del hombre (1871) donde se opondrá a las teorías más racistas de la época, y La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872), que puede considerarse pionero de la etología; las teorías de Darwin, sin embargo, darán lugar, al interpretarse sobre la sociedad humana, al darwinismo social de Spencer («la supervivencia del más apto» es una frase acuñada por Spencer, no por Darwin) y a la idea de eugenesia de Galton (aplicar la selección artificial al ser humano: idea gestada bajo el racismo científico (emic) y en nombre del Progreso): ambas ideas tuvieron gran éxito desde finales del s. XIX (si bien las ideas de Galton han caído en desuso, el darwinismo social nunca, a pesar de todo, ha dejado de estar presente en la ideología de las élites sociales). Los astrónomos descubrirán satélites de Marte, Júpiter y Saturno, y Plutón en 1930, pero fueron los canales de Marte (observados por Schiaparelli en 1877) los que más atrajeron la atención: se abrió un gran debate sobre si había agua y si hubo (o había todavía) una civilización en el planeta rojo; Lowell, gran defensor de la vida marciana, publicó Mars en 1895, ya cuando había serias dudas sobre la existencia de océanos en Marte. La influencia de Lowell la encontramos en H. G. Wells y en E. R. Burroughs (uno de los pioneros de la tercera fase).
La Física y la Química serán las ciencias que mayor influencia tendrán en la transición a la tercera fase de la ciencia ficción al abrir nuevos frentes: la teoría de la relatividad (Poincaré, Lorentz, Einstein) cambiará la percepción que se tenía de la Física y del universo desde Newton , y abrirá numerosas posibilidades en la ficción (viajes en el tiempo, o a la velocidad de la luz (o superiores), multiversos,...); en Termodinámica se desarrollan la tercera ley (1906-1912) y el principio cero; por otro lado, el átomo dejará de ser indivisible, y entraremos en (por decirlo así) "el paradigma de lo subatómico": se estudia la luz (Maxwell o Einstein) y la radiactividad (Curie, Rutherford, Fermi,...), se descubren partículas subatómicas (el electrón en 1897, el protón en 1918; el neutrón se postula en 1920 y el positrón en 1928), se desarrollan modelos atómicos (Rutherford en 1911, Bohr en 1913, Schrödinger en 1926) y los isótopos (Margaret Todd en 1913, Aston en 1922) cambian la forma de entender los elementos. También se desarrollará el grueso de la teoría de la mecánica cuántica (Plank, Rutherford, Pauli, Schrödinger o Heisenberg, entre otros).
En el conjunto de las artes también es un periodo innovador: aparte de la aparición de la fotografía (Stieglitz, Man Ray) o el cine (Méliès, Fritz Lang, Murnau, Einsenstein, Buñuel, Chaplin, los hermanos Marx,...), asistimos a la popularización del arte africano y los grabados japoneses en Europa, y aparecen la abstracción y las vanguardias: durante este periodo, se sucederán el impresionismo, el fauvismo (1905) y el expresionismo (1905), el cubismo (1909), el futurismo (1909), dadá (1916) y el surrealismo (1924). El lenguaje pictórico (Matisse, Picasso, Kandinsky, Duchamp) y escultórico (Rodin, Brancusi, Gargallo; también Duchamp y Picasso) cambiará definitivamente; también la arquitectura (Gaudi, la Bauhaus, Frank Lloyd Wright) , la música (La consagración de la primavera, de Stravinsky es de 1913; Schönberg sistematiza la dodecafonía en 1921) y la literatura (Rimbaud, Mallarmé, T. S. Eliot; Dostoievsky, Proust, Joyce, Kafka; Ibsen, Wilde, Valle-Inclán, Pirandello).
La quiebra de la idea de Progreso se producirá por dos vías: cuando se demuestre que no es infalible y cuando se vean claramente los monstruos que produce. Si bien es cierto que se explorará la mayor parte del globo («at that time there were many blank spaces on the earth», decía Marlowe en Heart of Darkness), también se empezará a ver la explotación que trae consigo el colonialismo, así como la guerra imperialista que fue la Primera Guerra Mundial (1914-1918), como la definió Lenin; también los abusos del capitalismo se hacen patentes, y las desigualdades (raciales, sexuales -es la época de las sufragistas) de las democracias occidentales. La Primera Guerra Mundial, con sus casi 10 millones de muertos y 21 millones de heridos (hacer el aspecto de los soldados mutilados y deformados más aceptable fue el inicio de la cirugía estética), y la situación del lumpen y del proletariado en el Occidente (Europa, EE.UU.) capitalista fueron monstruos del progreso (es también la época de los grandes magnates «self made», como Rockefeller, Hearst, Ford, Edison, Disney o Forbes)... pero el mayor fue el auge de los fascismos (Mussolini en 1922, Hitler en 1933), que se movían por coordenadas progresistas (los futuristas mantuvieron posturas cercanas a Mussolini, la idea de la superioridad de la raza aria estaba basada en ideas eugenésicas, históricas y progresistas). La falibilidad del Progreso quedó patente en grandes catástrofes como el hundimiento del Titanic (1912) el que, como la Armada Invencible más de trescientos años antes, nada pudo hacer contra las fuerzas de la Naturaleza, o la destrucción del Hindenburg (1937), cuyo impacto reside más en el fin de la época de los dirigibles y por haber sido ampliamente recogido por los medios; pero la gran demostración de la negación de la infalibilidad del Progreso fue el Crack del 29 (el 29 de octubre de 1929, la bolsa de Nueva York pierde 14 miles de millones de dólares) y sus consecuencias sobre la población.

Las figuras más representativas de la segunda fase de la ciencia ficción son: Julio Verne, H. G. Wells, Isaac Asimov y Arthur C. Clarke. Los dos últimos caen fuera del periodo en el que he ubicado la segunda fase, pero: 1) sus características son genuinamente de la segunda fase y, 2) como se deduce de la exposición de las transiciones, una fase no es reemplazada por otra sino que, simplemente, se impone o brilla más (sin embargo, no se puede pasar de la primera fase a la tercera -encontraremos obras de la tercera fase (como E. R. Burroughs, Méliès) en el periodo de la segunda, pero ambos casos se encuentran ya pasada la mitad de la segunda fase). Tampoco se puede decir que Méliès sea un adelantado a su tiempo y que Asimov sea arte retrógrado, sencillamente, porque la sucesión de fases no es progresista ni excluyente (como la ciencia ficción respecto a la fantasía). Los cuatro fueron grandes apasionados de la ciencia (a Verne le costó la salud, Wells escribió libros de historia y política, Asimov es conocido también por sus obras de divulgación científica, y Clarke, incluso, contribuyó a la historia de las telecomunicaciones al popularizar la órbita geoestacionaria -que también se conoce como órbita de Clarke) y demuestran, en sus obras de ficción, mayores conocimientos que los que encontramos en Frankenstein sobre el galvanismo; de hecho, los propios científicos citarán a estos autores (Asimov y Clarke en la robótica, a Verne se le reconocen anticipaciones de invenciones). Aunque sean los más representativos, no quiere decir que todo lo que escriban sea de la segunda fase: ya hemos visto con Poe y Mary Shelley que hay que fijarse, más bien, en las obras antes que en los autores; en Arthur C. Clarke, por ejemplo, encontramos Los nueve mil millones de nombres de Dios (1953), que entraría en la tercera fase al reconocer la existencia de Dios («Arriba, sin ninguna conmoción, las estrellas se estaban apagando»), y sin embargo, 2001: una odisea del espacio (la película de 1968 en la que colaboraron Clarke y Kubrick), a pesar de contener elementos de la tercera fase, pertenece a la segunda fase (incorpora la carrera espacial desde un punto de vista de la segunda fase: compárese con Star Trek, de 1966-1969).
Durante este periodo se consolidan temas clásicos de la ciencia ficción como los viajes extraordinarios (tema que también aparece en la fantasía desde mucho antes, como Los viajes de Gulliver, de 1726, o Las aventuras del Barón de Münchausen, de 1785), las utopías/distopías (que ya hemos visto que tampoco son exclusivas de la ciencia ficción) o las invasiones extraterrestres.
En las obras de viajes destaca Julio Verne con obras como Viaje al centro de la Tierra (1864), De la Tierra a la Luna (1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) o Alrededor de la Luna (1870). Viaje al centro de la Tierra está a medio camino entre la fantasía y la ciencia ficción (será una influencia para la saga Pellucidar de E. R. Burroughs) pero Veinte mil leguas... es uno de los mejores ejemplos de una obra de la segunda fase: basta leer los capítulos XII y XIII para entender esta fase: hay numerosos detalles técnicos que denotan el entendimiento de Verne pero también, diégesis («Había aquí un misterio, pero no traté de esclarecerlo. ¿Cómo podía la electricidad actuar a tal potencia?... Eso era lo que yo no podía explicarme»). Este recurso del narrador (homodiegético) que no tiene tantos conocimientos como otro(s) personaje(s) lo encontramos también, por ejemplo, en Los primeros hombres en la luna (1902), de H. G. Wells, cuando el narrador no acaba de entender del todo lo que le explica Cavor sobre su trabajo; por otro lado, en esta novela encontramos también numerosas referencias físicas y químicas, hipótesis hoy verificadas (hay atmósfera en Marte (Cavor no duda: «¡Oh, sí!»), y en la Luna una muy tenue) o superadas (los volcanes apagados de la Luna) y, a la vez, describe la sensación de ingravidez, cómo se ve el espacio sin atmósfera de por medio, y se inventa la cavorita. También merece la pena destacar El mundo perdido (1912), de Arthur Conan Doyle, en el que aparecen dinosaurios y hombres primitivos en un ecosistema aislado que les habría salvado de la extinción; aunque los conocimientos científicos de Arthur Conan Doyle no son los de Julio Verne o H. G. Wells, todavía se especulaba, al no conocerse la totalidad del globo, con que podía haber animales de los que se consideraban extintos en algún lugar aislado. Al fin y al cabo, prácticamente cada expedición descubría algún animal nuevo (algo parecido a lo que ocurre hoy día con la exploración de los fondos abisales); este axioma también será recogido por King Kong (Cooper y Shoedsack, 1933) y La guerra de las salamandras (Karel Capek, 1936), que entraría dentro de la tercera fase. King Kong se mueve por coordenadas parecidas a las de El mundo perdido (en una se traen a Londres un pterodáctilo que escapa, en la otra se traen a Nueva York un gorila gigante -que escapa).
Los temas proféticos (engloba las utopías y las distopías) tienen tres fuentes: por un lado, la capacidad de preveer resultados de la ciencia, al aplicarse sobre las ciencias sociales y su posterior adopción por el arte; por otro, la arqueología, que trae a la luz civilizaciones desaparecidas: unas por paralelismo con el Segundo Imperio francés, el Segundo Reich o el Imperio Británico, con sus pretensiones de grandeza y eternidad (recordemos el Ozymandias de Percy B. Shelley, 1818: «Look on my works, ye Mighty, and despair!»), otras por haber desaparecido sin más (como los mayas); por último, el socialismo, que profetiza el fin del capitalismo a manos del socialismo, que será reemplazado por el comunismo (verdadero inicio de la Historia de la Humanidad); de hecho, tres de los cuatro autores más conocidos en la temática profética, H. G. Wells, Jack London, y George Orwell, fueron simpatizantes socialistas (en el caso de George Orwell, hasta que vio la influencia del estalinismo en la España de la Guerra Civil). De este periodo son H. G. Wells, Jack London y Aldous Huxley. También encontraremos otros autores como John Macnie (The Diothas; or, a Far Look Ahead, de 1883, describe una sociedad futura con elementos socialistas), o Edward Bellamy (Looking Backward: 2000-1887, de 1888, también describe una sociedad futura socialista); ambas obras (junto al anónimo The Great Romance, de 1881) son utópicas. Entre la distopía encontramos a los autores más famosos. Julio Verne, que a pesar de no ser socialista mostró simpatía por los revolucionarios de su época, escribió la distopía París en el siglo XX (1863), en la que muestra el mundo de 1960, tecnocrático y capitalista. Desde coordenadas marxistas, en La máquina del tiempo (H. G. Wells, 1895), el Homo sapiens se separa, en el futuro, en dos especies: los elio, descendientes de las clases sociales altas, y los morloks, que descienden del proletariado; en El talón de hierro (Jack London, 1908), encontraremos una sociedad futura gobernada por oligarquías industriales (la tríada oligarquía-mercenarios-proletariado y su evolución recuerda a la historia del Imperio romano), que serán finalmente destruidas; también de Jack London, The Unparalleled Invasion (1910) nos muestra a una China industrializada, con superpoblación, invadiendo Asia... la solución es el genocidio con armas químicas y la invasión por las potencias occidentales. Pero será (junto a 1984 (1949), de George Orwell, que ya es de la tercera fase) Un mundo feliz (1939), de Aldous Huxley, la obra profética más famosa e influyente (los dos primeros capítulos son claramente de la segunda fase).
A la pluralidad de mundos en seguida le siguió la posibilidad de que estuvieran habitados, y ya hemos visto como Voltaire incluía personajes extraterrestres. Todavía en esta segunda fase, en Alrededor de la Luna, Verne sólo apunta a la posibilidad de que hubiera una civilización extinta en la cara oculta de la Luna; sin embargo, H. G. Wells, en Los primeros hombres en la Luna, ya los muestra abiertamente y les da nombre: los selenitas, que poseen una civilización en el interior del satélite. En La guerra de los mundos (1898) los marcianos invaden la Tierra (la famosa retransmisión radiofónica de Orson Welles en 1938 de la novela demuestra el alto grado de verosimilitud que tuvo) y el hombre no puede hacer nada contra ellos (algunos ven en esta novela una crítica al colonialismo occidental), y son sólo las bacterias las que los detendrán. Al tiempo que se escribe la novela, todavía hace poco de los descubrimientos de Robert Koch de los bacilos de la tuberculosis en 1882 y del cólera en 1883 (precisamente ésta última pudo llegar a Europa desde la India, lo que aportaría aún más a la interpretación anticolonialista), y es coetánea a la aparición de las vacunas del tétanos (Clostridium tetani), de la difteria (Corynebacterium diphtheriæ) y de la peste (Yersinia pestis) en la última década del s. XIX (de hecho, en 1896 se origina una pandemia de peste en la India, y la vacuna aparece en 1897).
Otras obras de esta fase incluyen las del japonés Unno Juza (la segunda fase de la ciencia ficción coincide, prácticamente, con el periodo Meiji japonés (1868-1912), cuando Japón se desarrolla hasta convertirse en una potencia industrial), influido por Nikola Tesla, o And He Built a Crooked House (1941), de Robert Heinlein, que trata de una casa que es un hipercubo. También en Viejo muere el cisne (1939), de Aldous Huxley, se encuentran, en el episodio de la inmortalidad, elementos de ciencia ficción de la segunda fase.




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martes, 7 de septiembre de 2010

Las fases del género (axiomático) de la ciencia ficción: primera fase

Para Asimov, Somnium (1623), de Johannes Kepler, es la primera novela de ciencia ficción; para otros, será Micromegas (1752), de Voltaire, o Relatos verídicos (s. II), de Luciano de Samósta. Aun concediendo que puedan ser ciencia ficción, no creo que se pueda decir que tal o cual obra inaugura tal o cual género. Pero es que también sería mucho decir que Luciano o Voltaire, sólo por poner extraterrestres, hayan escrito ciencia ficción (otra cosa es la influencia efectiva que tengan después en el desarrollo del género, cuando éste ya está en marcha); o que el viaje onírico de Duracotus en Somnium sea como el de David Bowman en 2001. Es decir, ¿cuándo se puede decir que una obra, a partir de sus axiomas, es de ciencia ficción? No sirve rescatar la muy discutible «ley de máximos semánticos», ante todo (por no hablar del enfrentamiento verdadero/ficticio sobre la que se asienta) porque la categorización como verdadero (tipo I) ficcional-verosímil (tipo II) o ficcional-inverosímil (tipo III) recae demasiado en el público individualizado, en la verosimilitud (para Iker Jiménez, ¿en qué tipo entraría un relato sobre abducciones extraterrestres?), haciendo sumamente subjetiva la clasificación en géneros. Tampoco aplicaré un criterio cuantitativo, como si una obra con un 51% de axiomas catalogables como ciencia ficción perteneciera más al género que otra obra con sólo un 10%. Más bien, habrá que observar los teoremas (por metáfora: los teoremas se derivan de los axiomas): en el caso de 2001, ¿qué es del conjunto si quitamos el viaje a Júpiter?, y si los personajes de Micromegas no vinieran del espacio, ¿qué se perdería? En la serie de James Bond encontramos buenos ejemplos: en Muere otro día, sobre el axioma de la tecnología futurista del MI6, Q le da a Bond un coche que, entre otras cosas, puede hacerse invisible... y no sirve más que para engañar a Zao (5:12 a 5:52), ¿qué cambia en la historia sin el coche invisible (aparte de la forma de matar a Zao)?... ¿y qué es de La guerra de las salamandras sin las salamandras? Como los géneros axiomáticos no son excluyentes, encontraremos elementos, que, como el coche de ciencia ficción de 007, no tendrán suficiente potencia como para arrastrar al conjunto al género en el que se incluyen; otros, en cambio, si lo harán (por su importancia determinante en la historia).


Las ciencias proceden de las técnicas, y al regresar al ámbito de las técnicas dan lugar a las tecnologías. Es en este sentido, y no en el sentido antropológico del término (como cuando se habla de la «tecnología lítica achelense», por ejemplo), como hay que entender la tecnología como parte del núcleo del género de la ciencia ficción.
Tampoco, en un primer momento, habrá diégesis científicas de cualquier ciencia: unas por no haber aparecido, y otras por razones ideológicas. Históricamente, antes de nuestra era, las primeras ciencias con cierres categoriales serán la Lógica, las Matemáticas, la Geometría y el Derecho; la Física, aunque no delimite su campo todavía, también está bastante desarrollada (Tales de Mileto, Arquímedes,...), así como las técnicas que darán lugar a la Química y a la Biología. Será a partir de la Edad Moderna y sobre todo durante la Edad Contemporánea, cuando empiecen a ir cerrando sus campos: Copérnico, Galileo y Newton son considerados los padres de la Física; Lavoisier y Mendeléiev, de la Química; y Linneo, Darwin y Mendel de la Biología.
En las relaciones de las ciencias con la cultura, encontramos que las ciencias que se cerraron antes de nuestra era (antes del Cristianismo) han sido aceptadas y utilizadas sin ningún problema. El problema de estas nuevas ciencias es que sus conclusiones se enfrentan a los dogmas de la Iglesia; Galileo y Darwin son dos claros ejemplos de este conflicto, y de cómo había cambiado el mundo en doscientos años: Galileo tiene que retractarse por burlarse de un sistema apoyado en Aristóteles y alguna referencia bíblica (Josué, 10:12 y 13)... «eppur si muove», tuvo que murmurar; Darwin, sin embargo, hace imposible la Creación del Génesis y sólo levanta burlas, presiones y da lugar a debates.
Será, entonces, a finales del s. XVIII donde pondré el inicio de la primera fase de la ciencia ficción; cuando las ideas ilustradas del racionalismo y el anticlericalismo, la preeminencia de las ciencias sobre la religión, hayan calado suficientemente en la cultura. Esta primera fase llegará hasta pasada la primera mitad del s. XIX, con la revolución tecnológica (o segunda revolución industrial).
Durante este periodo, tanto la Física como la Química se verán ampliamente desarrolladas (en Química: identificación de elementos, análisis y síntesis de compuestos,...; en Física es el momento de los estudios sobre la electricidad y el magnetismo -emic: electromagnetismo desde Maxwell (1861)-, con Volta, Faraday, Ampère, Ohm, Ørsted,...; por otro lado, la arqueología se nutre de las excavaciones de Herculano y Pompeya, de la apertura de museos como el Británico (1753) o el Louvre (1794), de sus crecientes colecciones (expolios) egipcias, asirias, romanas y griegas, del descubrimiento de civilizaciones perdidas (los mayas), los jeroglíficos egipcios son descifrados,...). La tecnología se desarrolla rápidamente: aparece la pila eléctrica, el submarino (el primero que construye Fulton, en 1800, lo llama Nautilus), el barco a vapor, la locomotora, Gay-Lussac alcanza una altura de 7000 m en globo, se iluminan las calles de Londres con luz de gas, se inventa el daguerrotipo, las cerillas, el telégrafo, los fertilizantes artificiales, la electrólisis,... Son todo aplicaciones llamativas, vistosas, que atraerán la fascinación de la gente tanto por sus efectos como por sus causas (racionales, no mágicas: todo obra del «intelecto humano»); favorecerán también que, ideológicamente, se dote a estas ciencias de un trato especial: el cientificismo las situará por encima de las demás. Y es a raíz de esta fascinación y de este estatus privilegiado de donde se empezará a escindir la ciencia ficción de la fantasía; es por esto que las primeras diégesis no se hacen, por ejemplo, de las Matemáticas o del Derecho sino de la Física y de la Química, lo que determinará la evolución del género; también la arqueología y la Historia, a pesar de no ser ciencias cientificistas será una fuente de diégesis, por la fascinación que producen las reliquias más que por sus aplicaciones, que resultarán diegéticas al considerar una arqueología del presente (que, obviamente, sólo se podrá hacer desde el futuro); también habrá diégesis al inventar civilizaciones perdidas.
La fantasía también está cambiando, incorporando (gracias al localismo romántico) otras mitologías aparte de la grecorromana, como la nórdica o la celta, lo que dará lugar a una nueva fase en este género. Las obras mencionadas de Luciano, Kepler o Voltaire pertenecen al género fantástico, cuando la ciencia ficción es, todavía, un subgénero suyo (recurrirán a la mentira del relato o al viaje onírico para explicar los elementos de ciencia ficción); también pertenece al género fantástico La conversación de Eiros y Charmion (1839) de E.A. Poe : a pesar de que sea un cometa (como el cometa Halley, que pasó en 1835) el responsable del apocalípsis, de la descripción de la composición del aire (69% de nitrógeno y 21% de oxígeno) y de las propiedades de estos elementos, la conversación se lleva a cabo después de muerta la humanidad; son estos muertos dialogantes los que anclan todavía el relato en el género fantástico, a un solo paso de la escisión. Algo parecido ocurre con El último hombre (1826), de Mary Shelley, ambientada a finales del s. XXI, mientras que Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), de la misma autora, a pesar de ser anterior a La conversación... y El último hombre, ya puede considerarse una obra de ciencia ficción. Independientemente de si la criatura es una actualización, bajo el prisma científico, del golem (sólo se sustenta en similitudes superficiales) o de ciertas versiones del mito de Prometeo según las cuales creó a la humanidad a partir de arcilla (no es la versión de Esquilo, que es la que usa Percy B. Shelley para componer Prometheus Unbound (1819), tampoco es el Prometeo padre de la humanidad el que muestra Lord Byron en Prometheus (1816); ambos, influencia directa sobre Mary Shelley y Frankenstein), el hecho es que la criatura es ensamblada quirúrgicamente (lo que también determina su tamaño) y devuelta a la vida mediante, entre otros medios científicos, el galvanismo.
No sólo será el galvanismo la única teoría científica obsoleta hoy en día que se utilizará en esta fase del género. Basado en el interés científico en el magnetismo, encontramos el mesmerismo (el galvanismo habla de electricidad animal, el mesmerismo de magnetismo animal). Ejemplos de obras basadas en el mesmerismo son El magnetizador (1814), de E.T.A. Hoffmann y, de E. A. Poe, Revelación mesmérica (1844) y La verdad sobre el caso del señor Valdemar (1845). Parece ser que Poe no estaba tan interesado en el mesmerismo por formación científica como por las posibilidades literarias que ofrecía (diégesis potenciales, diríamos); en Londres se llegó a tomar La verdad sobre el caso del señor Valdemar como un informe científico. Si no fuera por las dudas que, ya a finales del s. XVIII, albergaba la cientificidad del mesmerismo (una Comisión Real en 1784, en la que figuraban, entre otros, Lavoisier y Franklin, no encontró evidencia del flujo magnético sobre las curas que se producían; más tarde habría otra en 1825 sin, tampoco, resultados concluyentes), lo que no ocurría con el galvanismo, cabría enmarcar el relato de Poe en la segunda fase, pero hay que considerarlo, más bien, como una obra de transición.



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jueves, 19 de agosto de 2010

La ciencia ficción como un género axiomático

Antes de pasar a exponer los géneros axiomáticos expondré, esquemáticamente, unos pocos conceptos necesarios.
En la relación de la ficción con la realidad, en oposición a las conexiones metaméricas, adoptaré un punto de vista diamérico, de forma que unas partes de la ficción se relacionan con partes de la realidad, parten de él o llegan a él, y otras no; también habrá partes de la realidad que no se relacionen con la ficción, y ficciones que se apoyen sobre ficciones. Así, hablaré de mímesis, coherencia y verosimilitud.
La mímesis es más o menos como la expuso Aristóteles: el autor inevitablemente toma elementos de su mundo (su mundo, hay que recordar, incluye a otra gente y otras obras de arte, entre otras cosas) para componer una obra. A estas referencias que el autor toma de su mundo se añaden otras dos figuras de la mímesis: la diégesis y el target (o público potencial). La diégesis, para Aristóteles y Platón, es el opuesto de la mímesis; sin embargo, en el contexto que expongo, se relaciona con las referencias para que la mímesis sea imitación y no duplicado: es cuando el autor varía lo que ha recogido de su mundo y lo retuerce o combina, es el alejamiento de las referencias. El público potencial que el autor tiene en mente aporta decisivamente en la recolección y la deformación; el target no es sólo aquel al que se dirige la obra, es también aquel contra el que se dirige.
La coherencia es el terreno de la obra y el artista. Es la construcción de un mundo normativizado según sus leyes propias. No es un mundo cerrado, impermeable, porque se pueden incluir, y de hecho se incluyen, referencias a otras obras, personajes, personas reales, &c. que complementen la obra: da igual que sólo se pongan como un guiño para que lo reconozca el público (lo importante de la intertextualidad es que se reconozca, si no deja de serlo) o que sea una pieza clave, como una codificación de la solución de un enigma central; también el público individualizado aportará elementos propios a ese mundo. La coherencia se confunde, a veces, con la verosimilitud otras veces la llamarán «unidad temática» (esta designación parece partir del plano de contenido; con coherencia pretendo apuntar la posibilidad de una «pluralidad temática» y no favorecer un plano más que otro). Los axiomas, una de las figuras de la coherencia, son completamente necesarios para exponer los géneros axiomáticos. En matemáticas, los axiomas son verdades evidentes que no necesitan demostración aunque permiten deducir otras fórmulas. En ficción ocurre exactamente igual: son un conjunto de principios con los cuales (en conjunto y en particular) se desarrolla el mundo expuesto, sus límites, sus personajes y sus conflictos (según, claro, las habilidades técnicas (la técnica) del artista y la atención del público individualizado).
Por último, la verosimilitud es la relación entre el público individualizado (el lector en un texto, por ejemplo) y la obra. La verosimilitud es la parte más subjetiva (así como la mímesis es la más inaccesible) de la tríada; consiste en que el lector se lo crea (o se lo quiera creer) y, en última instancia, que lo pueda incorporar a su mundo (la poeticidad). Así expuesto, queda claro que la verosimilitud no se puede confundir con la coherencia (tanto en la definición del DRAE («que tiene apariencia de verdadero») como en su uso estadístico (la función de verosimilitud permite estimar parámetros desconocidos a partir de datos conocidos) parece referirse a la obra ya acabada y confrontada con otros datos). A un profesor de física le puede gustar La guerra de las galaxias a pesar de las explosiones en el espacio porque las ponga entre paréntesis, o las explique cono la Iglesia explica el Génesis al no poder rechazar (o quemar) la biología y la paleontología; sin embargo, y a la vez, puede que no le guste cómo se soluciona en Origen el empujón con gravedad cero: es subjetivo. En la verosimilitud el autor sólo puede intuir cuándo el público dirá «¡venga ya!» o engañarle, esperando que no se dé cuenta.

Los géneros axiomáticos toman su nombre, claro, de los axiomas. Un axioma puede ser «hic sunt dracones» o «existen extraterrestres humanoides angloparlantes». Lo que viene a decir el género axiomático es que se pueden clasificar obras a partir de estos axiomas; una vez que se ha dado nombre a los géneros (a partir del análisis de las obras), se observa que no son mutuamente excluyentes (la ciencia ficción y la fantasía pueden combinarse entre sí, y también con el género negro a la vez, por ejemplo). Por supuesto, no todo género es género axiomático: en la comedia no es suficiente con que un escritor postule «el lector se va a reír», debe ser él el que, con su habilidad, haga reír -estos son los géneros técnicos.
El esquema de los géneros axiomáticos será el de las esencias plotinianas: sobre un género previo (el género radical) y a través de un núcleo invariante que interactúa con aportaciones exteriores con las que crecerá acumulativamente el cuerpo, el género se desarrollará en fases (curso). Aunque reconozca el peso de la tradición en el desarrollo de los géneros axiomáticos, no estoy, ni mucho menos, apelando al determinismo de las convenciones genéricas. Éstas pertenecen más a la verosimilitud y al público potencial que a la coherencia, y de hecho son secreciones de los géneros axiomáticos; son el momento en que se hipostasía el género axiomático y se congela su evolución, todo bajo el pretexto de que el público reconoce el género (y le gusta) gracias a estas convenciones.
La diégesis es el núcleo de los géneros axiomáticos, cada género tendrá un campo propio sobre el que la llevará a cabo (el campo se determina a partir de la categorización de los axiomas de las obras). La ciencia ficción se apoya en el género fantástico, cuyo núcleo es la diégesis de las religiones primarias y secundarias: en el género fantástico encontramos númenes y seres mitológicos a modo de axiomas, recogidos del folclore popular, activos a pesar de las religiones terciarias (el Cristianismo sobre todo). La diégesis se produce al vaciar a estos seres de contenido religioso (sólo se conservará la figura).
La ciencia ficción comienza a escindirse de la fantasía al desarrollarse las ciencias, tan pronto como éstas entran en conflicto con la religión, y una de las tendencias resultantes es la identificación: Newton creía poder encontrar a Dios detrás de las leyes físicas, Robespierre instauró el culto a la diosa Razón en Notre Dame, una de las citas más famosas de Einstein es «Dios no juega a los dados», todavía Hawkins tiene que insistir en que «la ciencia no deja mucho espacio para Dios». Es en esta tendencia donde se encuentra el puente entre la fantasía y la ciencia ficción: la ciencia ficción se desarrollará como la diégesis científico-tecnológica, en un principio entendiendo la ciencia como sustitutiva de Dios y la Metafísica; es por eso que desde el principio incorporará actividades paranormales como el mesmerismo o la telepatía, explicados (pseudo)científicamente. De la fantasía mantiene la presencia de animales no linneanos y sociedades inexistentes, desde una visión científico-tecnológica (extraterrestres y sociedades futuras, por ejemplo).
El cuerpo del género de la ciencia ficción se irá ampliando, alimentándose de tres fuentes: por un lado, la ciencia (innovaciones tecnológicas y descubrimientos científicos, ciencias nuevas o ciencias que no se habían incorporado antes); por otro, la ficción (incorporaciones de otros géneros, incluida la retroalimentación (autorreferencialidad) del género de ciencia ficción), y por último, los acontecimientos histórico-culturales. Hay que señalar que la fuente científica es emic, por lo que da igual que la teoría esté descartada hoy en día (por ejemplo, el galvanismo es uno de los intereses del Dr. Frankenstein y de la propia Mary Shelley: lo que sólo se aventuraba científicamente, ella lo incorporó como axioma).
En el curso distinguiré tres fases, producto de la dialéctica que mantienen religión (fantasía en el caso de la ficción) y ciencia, a través de la fascinación (en el sentido de la segunda definición que ofrece el DRAE «atracción irresistible», que es más cercano al sentido etimológico latino, fascinum: «embrujo»). Denotaré fantasía con φ, fascinación con f, y ciencia con c. Dado que la fascinación debe aparecer y que la fantasía y la ciencia no son excluyentes (aunque uno sea más fuerte que el otro en determinado momento), distinguiré tres fases de la ciencia ficción (que se apoyan en una fase previa, φf, que es el género fantástico): φf(c), donde la fantasía sigue dominando el conjunto aunque aparezcan referencias y diégesis científico-tecnológicas, es el periodo de formación del género; fc, en el que la fascinación recae exclusivamente sobre la diégesis científico-tecnológica; y (φ)fc, fase que no hay que entender como un regreso a la fantasía, sino como un desinterés en la referencialidad científico-tecnológica, donde los axiomas sólo se apoyen en diégesis y autorreferencias; en el límite, durante esta fase, puede llegar a desaparecer el núcleo. Al considerar las fases como evolución, cabe reconocer antecedentes y remanentes de unas fases en otras de forma que, por ejemplo, podemos encontrar autores de la segunda fase en la tercera, y viceversa. En la entrada "Las fases del género (axiomático) de la ciencia ficción" desarrollaré más detalladamente las fases en la evolución del género.



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domingo, 4 de julio de 2010

Apuntes sobre la ciencia ficción.

Anderi Tarkovski. La imagen total (Pilar Carrera, FCE, 2008) dice, en al menos tres ocasiones (páginas 17, 55, 79), que «Solaris no es una película de ciencia ficción». Sus razones son: «De ella está ausente cualquier exotismo técnico. De hecho la técnica misma está prácticamente ausente. A no ser como desecho…» (página 55) y «…que nada tiene que ver con la ciencia ficción, que al fin y al cabo es un género de rigurosa verosimilitud» (página 17).
Sobre la tecnología, según la autora, en Solaris, «la tecnología no se presenta victoriosa, triunfante, sino decadente, envejecida, pasada» (página 18). Sin embargo, basta recordar el concepto de «used universe» de George Lucas en La guerra de las galaxias: sobre todo en la primera trilogía (Episodios IV, V y VI), la tecnología se presenta usada, vieja, con fallos (el Halcón Milenario no salta al hiperespacio, es una «chatarra»,...). Para Pilar Carrera, esto sería razón suficiente para no considerar La guerra de las galaxias como ciencia ficción; tampoco Blade Runner, que también hace uso del «used universe».
El segundo criterio: ¿«rigurosa verosimilitud» respecto a qué? En Cosmos, Carl Sagan da una estimación a la Ecuación de Drake según la cual habría 10 civilizaciones extraterrestres detectables... el Senado Galáctico de La guerra de las galaxias ya no sería verosímil; si además incluyéramos en la ecuación el antropomorfismo de los extraterrestres, la cantidad sería infinitesimal... ¿qué pasa con los romulanos y los vulcanos; con Leia, Luke, Han Solo, &c.? Entendiendo la verosimilitud como verosimilitud respecto a una ciencia tampoco cabe como criterio: Guerra y paz es históricamente verosímil, Doce hombres sin piedad es jurídicamente verosímil ‒porque verosimilitud no se confunde con exactitud.
En una crítica más semiótica sobre la ciencia ficción, Pilar Carrera dice: «es un género “conservador”, pues hace del presente utopía al exacerbar una de sus tendencias, lo convierte en un paraíso en el que aún había vuelta atrás. La ciencia ficción clama por un eterno presente, por el mantenimiento de un statu quo que evitaría que el mundo dejase de ser morada del espíritu» (página 18). Al confundir el mundo del lector y el mundo del texto (e incluso el finis operantis del autor), el análisis es un sinsentido: se puede aplicar al género fantástico, o a cualquier género que muestre el "mundo real": «exacerbar» una de las tendencias del presente se hace en cualquier texto de ficción, ya sea la ética en La carretera («el fuego»), el hedonismo en Houellebecq, o el machismo en los hermanos Grimm. De hecho, podríamos decir que la perduración en el tiempo de esa tendencia exacerbada del presente es uno de los rasgos de lo que García Berrio llama «poeticidad».

Y entonces, ¿cómo definiríamos la ciencia ficción?
Antes de nada, ¿es un género? Resumiendo, por no tratarlo aquí: el tema de los géneros, en las teorías del arte, se presenta oscuro y confuso entre otras cosas porque está claro, por ejemplo, que si la narrativa es un género y la ciencia ficción es un género y la comedia es un género, se ve que se siguen criterios clasificatorios distintos, y se cruzan entre sí (en este caso, en Guía del autoestopista galáctico). Mantendré que la ciencia ficción es uno de los géneros que denominaré axiomáticos
Hay muchas definiciones de ciencia ficción, que sobre todo se centran en la tecnología, la ciencia, el futuro, y la utopía/distopía. Las definiciones científico-tecnológicas vienen a decir que la ciencia y la tecnología mostrada en la ciencia ficción es superior a la presente (lo que hace posible la presencia de robots, alienígenas, naves espaciales, hiperespacio,...). De acuerdo con el criterio científico-tecnológico, cabría distinguir entre dos polos: aquella ciencia ficción que es estrictamente científica, construyendo desde conocimientos científicos vigentes o embrionarios en el presente (Arthur C. Clarke, Isaac Asimov) y otro con menor rigor científico para el que, incluso, la ciencia no es más que una simple excusa (Ray Bradbury, Philip K. Dick, Stanislaw Lem). Según las definiciones temporales, la ciencia ficción se sitúa en el futuro. Sin embargo, tanto La guerra de las galaxias («Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana...») como La guerra de las salamandras (por poner sólo dos ejemplos) están ambientadas en el pasado; por otro lado, también como ejemplo, Terminator se situaba en el presente. El criterio profético distinguiría entre utopía y distopía –sin embargo, este criterio no siempre está tan claro como parece: ¿Fahrenheit 451 o Un mundo feliz no podrían considerarse como utopías, sociedades perfectas con elementos disruptivos (Montag, Bernard Marx), como pudieron ser los anarquistas de principios del siglo XX? Es más, muchas veces veremos utopías escondidas en una distopía (los hombres-libro de Fahrenheit 451, los valores que defienden los protagonistas de La carretera,...) y viceversa (varios de los viajes de Ijon Tichy en Diarios de las estrellas), o utopías distópicas (La guerra de las salamandras, R.U.R.)... también habría que reconocer obras de ciencia ficción que no sean ni utópicas ni distópicas (en cierto sentido, La naranja mecánica). Implícitamente, el criterio profético implica la ambientación de la ciencia ficción en el futuro ‒y ya hemos visto que no tiene por qué ser así. La tradición utópica, que ni mucho menos es exclusiva de la ciencia ficción, ubica la utopía (y con ella, la distopía) en el mundo de las Ideas, en el Cielo, en una isla remota,...(simplemente, como dijo Quevedo: «llamola utopía, voz griega cuyo significado es no hay tal lugar»). Sería la propia estructura de la ciencia ficción la que impulsaría su ubicación en el futuro.
La mayoría de las definiciones dadas son estructurales: dirán que la ciencia ficción trata de la ciencia, de la tecnología, del futuro y/o de la capacidad profética; por otro lado iría la definición que Robert Heinlein da de la ciencia ficción que es, más bien, una estructura narrativa (aunque ni se aplica necesariamente a toda obra de ciencia ficción ni una obra dejaría de ser de ciencia ficción por no aplicarse). Sin embargo, se puede proponer una definición histórica o evolutiva que, partiendo de una literatura y de un mundo dados, se conjugarán y desarrollarán, manteniendo a lo largo de su curso invariantes, incorporaciones, sustituciones, exlcusiones y refluencias. También habrá que considerar que la ciencia ficción no tiene por qué presentarse en su forma inmaculada, que puede cruzarse con otros géneros axiomáticos, también históricos. Por último, ciertos textos de ciencia ficción pueden llegar a ser clásicos cuando sean capaces de dar lugar a un subgénero o modificarlo/reconstruirlo (citaríamos, por ejemplo: 1984 o Un mundo feliz entre las distopías; Star Trek, Perdidos en el espacio o La guerra de las galaxias entre el subgénero de aventuras espaciales; El planeta de los simios, Mad Max o La carretera en el subgénero postapocalíptico).
En la entrada La ciencia ficción como un género axiomático desarrollaré esta definición histórica del género, a la vez que la estructura para otros géneros axiomáticos.


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