domingo, 30 de noviembre de 2008

Divide et Impera o La Tragedia de la Zanahoria

Hoy estoy pletórico, pues tengo un iPhone y la fuente de mi inagotable alegría es que ahora voy marcando la diferencia. Mi iPhone me otorga distinción. Me distingo del resto porque aún no lo tienen: se sorprenden, me envidian, lo sé. Ah, qué sensación tan embriagadora, qué poder. De repente, los demás se interesan y me preguntan cosas. Incluso algunos de los que antes ni siquiera me dirigían la mirada (ya no sé si estas palabras son mías o las escuché en un anuncio).

Sigo siendo un trabajador, pero ahora tengo un iPhone- el jefe lo sabe, al jefe le gusta. Mis compañeros no lo tienen, mi cuñado no lo tiene y todos tienen esa mirada cuando lo saco del bolsillo y deslizo mi dedo por la pantalla, y todos hacen aquel gesto casi imperceptible con la boca.

Pero al siguiente día pasa algo: hay más gente en la oficina con su iPhone, y el efecto ha decaído. Mi jefe también lo tiene y ya se ha buscado a otro para que se lo ponga a punto. Pero esto no es lo peor, los albañiles lo tienen, los conserjes lo tienen... Esta sensación de igualdad me lleva a la inevitable opción de volver a consumir, de consumir algo más caro, más nuevo, lo último, lo exclusivo... pero estoy endeudado. Cobro 8 veces el sueldo mínimo pero me falta dinero. Estoy pagando dos casas y el Audi: por eso mismo me falta dinero. Necesito un aumento. Tengo que llamar la atención de mi jefe. Me quedaré a dormir en el trabajo. Viajaré los fines de semana y no le pediré días de descanso. Venderé a mis compañeros, renunciaré a mis derechos, me cagaré en la tumba de los que murieron por ellos.

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